Hoy les voy a dejar el tercer capítulo + un regalo. No es mucho, es simplemente un video para que ustedes puedan tener un pequeño incentivo a continuar con la historia y puedan visualizarla un poquito.
Como siempre, quiero agradecerles a cada una de las personas (entre cien y doscientas aproximadamente) que entran al blog para leer la novela y ayudarme con este proyecto. Les agradezco de todo corazón. También quiero agradecerles a Yami y Noe por ser incondicionales en lo que se convirtió en una rutina diaria. Son amigas, son hermanas, pero también son realistas y me dan su punto de vista respecto a cada escrito, así que gracias, porque lo que más quiero es que siempre me digan la verdad.
¡Espero lo disfruten, tanto el video como el tercer capítulo! si pueden y no es molestia, me gustaría que a ambas cosas les dieran me gusta, comentaran y compartieran. La difusión hoy en día es muy importante.
Capitulo tres:
Prevención innecesaria.
Lo primero que pensé al abrir los ojos al día siguiente
fue que estaba compartiendo la cama con algún chico que había conocido la noche
anterior. Podía sentir el calor que emanaba ese cuerpo abrazando el mío, aunque
cuando acostumbré la visión pude identificar mi cuarto, solo que no estaba
observando la pared que solía mirar cuando me despertaba en mi cama. Me
encontraba en la de Caroline, y ella era quien me estaba abrazando dormida,
alrededor de miles de pañuelos descartables usados y una mantita color púrpura
que siempre aparecía en ocasiones especiales.
Suspiré mientras las imágenes se agrupaban en mi mente y
hacían que mi cabeza doliese más de lo que ya dolía. Por lo poco que sabía,
había sido una noche agitada. Nunca en la vida había estado borracha, al menos
no al nivel de tirarme a llorar en plena acera.
Observé el reloj de la mesita de noche y noté que era
pasado del mediodía. Me acerqué a ella susurrándole que despertara. Como
respuesta obtuve varios gruñidos y un ‘’vete a la mierda’’, por lo que besé su
frente y me metí a la ducha para darme un baño rápido mientras intentaba
recordar el resto de la noche.
Treinta minutos más tarde, cuando ya estaba presentable
para el mundo exterior, mi compañera se despertó y fregó sus ojos presa del
cansancio, luego, cuando me miró, su rostro se tiñó de preocupación.
―Oh, Dana ―murmuró mi
nombre con cuidado, como si fuera de vidrio y pudiera romperse de tan solo
mencionarlo―. ¿Estás bien?
Segundo día consecutivo
que ella me hacía la misma pregunta, y esta vez me removí incómoda, sin saber
qué contestarle. Probablemente estuviera preocupada por mi
arrebato de llanto. Fue entonces que recordé que por mí culpa ella y Trevor
habían ido por caminos separados anoche, lo que me hizo sentir peor de lo que
ya me encontraba, ellos no solían discutir.
Era un cúmulo de emociones reprimidas y estaba segura de
que en cualquier momento podría volverme loca.
―Lamento mucho que hayan
discutido con Trevor anoche ―murmuré con la cabeza gacha, observándome los pies
y frunciendo los labios―, sobre todo por algo tan estúpido como una amiga
borracha.
A Caroline se le escapó una risita. Levanté la mirada
abruptamente para observarla. Ella me devolvió la mirada con el cabello corto,
despeinado y las mejillas sonrojadas.
―Técnicamente no fue una
pelea, solo tuvimos ideales diferentes. Tú eres mi mejor amiga y él es un
observador en tercera persona, por lo tanto no sabe ni entiende nuestra
amistad. Tampoco pretendo que la comprenda, ¿sabes? ―comentó totalmente
convencida―. Yo estoy satisfecha al tenerlos a ambos en mi vida. Sé que es duro
que convivan más de dos minutos juntos. Dios sabrá que has discutido con Trevor
más que su propia novia, así que déjate de dramas, porque me alegra que al
menos lo intenten.
Los segundos comenzaron a
transcurrir con deliberada lentitud, sin poder disminuir el
sentirme egoísta, me acerqué con cuidado y me senté en la punta de su cama.
―No intentes consolarme,
sabes que tengo razón. Si quieres yo puedo hablar con él y decirle que... ― en
un principio comencé a balbucear hasta derivar en comentarios enredados sin
sentido presa del nerviosismo, hasta que mi amiga me chistó.
―Dana, ¡¿quieres cerrar la
boca de una vez?! ―me pidió con el tono de voz más alto de lo habitual, luego
suspiró―. Ya hemos hablado, ¿va? Cuando llegué al apartamento apareció en la
puerta y me pidió disculpas. Le dije exactamente lo mismo que a ti, me ayudó a subirte. ¿Crees que yo podría llevarte
a rastras hasta aquí arriba?
Lo pensé durante un minuto
y puse los ojos en blanco. La lógica le gana al corazón, o eso dicen.
Tanto Caroline como yo
debíamos tener un peso estimado alrededor de los 60 kilos. Ninguna podía llevar
a la otra porque además de estar en un peso normal, teniendo en cuenta nuestra
complexión y estatura, jamás en la vida habíamos hecho actividad física que no
fuera la gimnasia obligatoria de la escuela primaria.
―Podrías haberte ahorrado
el discurso y mi remordimiento si me lo hubieras dicho desde un principio ―le
comenté―. Te apuesto a que lo has hecho a propósito, ¿a que si?
Levanté ambas cejas en una
mezcla de escepticismo e incredulidad. Por respuesta, Caroline, rompió en
carcajadas tirando la colcha sobre mi rostro, algo a lo que sí ya estaba
acostumbrada.
―Lo cierto es que no lo
había pensado hasta que comenzaste a disculparte, pero te ves tan dulce e
inocente cuando lo haces ¡tenía que aprovechar la ocasión! ―dicho esto último,
corrió los pocos metros de longitud que tenía el cuarto y se introdujo en el
baño, probablemente dispuesta a darse una ducha matutina.
Me dirigí a la cocina,
tomé un comprimido de paracetamol junto con varios tragos de agua para apabullar
el dolor de cabeza. Luego volví al
cuarto y comencé a ordenar para intentar distraerme de dicho dolor. Cambié las
sábanas e hice las camas, también barrí y limpié los muebles. Una vez que
terminé con el aseo me senté en un pequeño escritorio de madera antigua que teníamos
en un rincón para poder repasar mi última clase de Análisis teórico
psicopolítico-económico, con preferencias filosóficas de Marx. En ese mismo momento Caroline abrió la puerta del baño comentando
algo respecto a hacer las compras semanales. Se había colocado un par de
vaqueros negros y una camisola suelta de color lila ya que afuera el día, en
nuestra antigua Inglaterra, estaba mejorando poco a poco. Podía sentir el calor
filtrándose por las ventanas.
―No tardaré mucho, voy a
pedirle a Trevor que me lleve para no tener que cargar las bolsas, y el mercado
central está al menos a veinte manzanas ―dijo mientras cogía su bolso y
colocaba todo lo esencial para marcharse―. Si sales a almorzar afuera avísame.
Asentí con la cabeza y murmuré una despedida. Una vez que
tuve el lugar para mí sola, me levanté de mi asiento, saqué mi laptop de debajo
de la cama para enchufarla en unos pequeños parlantes negros y colocarlos
encima del escritorio. En un volumen muy suave, comenzó a sonar la canción Austronaut de una banda pop-punk Canadiense. Mientras leía,
podía escuchar la voz dulce y melodiosa del cantante principal, pidiendo ayuda
para no sentirse solo y poder bajar de donde quiera que estuviese. Me gustaría
decir que fue una elección al azar, pero la banda era de mis favoritas al igual
que el tema. Pronto me descubrí cantando la letra y pensando sobre ella, pero
sin querer profundizar en el tema, porque cuando tienes una canción favorita,
es porque te sientes identificado.
Suspiré con melancolía por nada en particular mientras
intentaba volver a concentrarme. En el momento preciso en el que comenzó a
sonar Wake me up when September ends
de otra banda del mismo género, alguien tocó la puerta. Sonreí, probablemente
Caroline se había olvidado las llaves, como pasaba la mayoría de las veces que
ella salía a toda prisa.
Caminé de la habitación al pasillo principal y quité el
pestillo.
―Caroline, debes aprender
que lo primero que tienes que guardar son las malditas llaves ―murmuré
sonriendo mientras abría la puerta.
Mi corazón se detuvo
durante un segundo, luego comenzó a acelerarse debido a la sorpresa. Un par de
ojos verdes me observaban desde unos cuantos centímetros más arriba y de
pronto, como siempre hacía, Ariel enrojeció violentamente.
―Obviamente no me
esperabas como visita ―comentó sin hacer movimiento alguno más allá del de su
boca. Carraspeó con evidente incomodidad.
Lo seguí observando, entre
sorprendida y emocionada, porque no podía creer que él estuviese ahí, al otro
lado de la puerta. Me mordí los labios mientras evaluaba lo bien que se veía,
al igual que siempre: unos jeans desgastados cubrían sus esbeltas piernas,
junto con las mismas zapatillas de anoche y en lugar de una camisa, llevaba una
camiseta ajustada a su cuerpo de un color azul marino.
―¿Debería sentirme
halagada? Estoy segura de que tu reputación se verá afectada si entras un
sábado al apartamento de Dana Laine ―le advertí con sorna en tanto una risa se
me escapó.
―Sobreviviré ―dijo
sonriente―, ¿te molesta si paso?
Negué con la cabeza, dando
un paso hacia atrás para alejarme así Ariel podía entrar. Observó con
curiosidad y en silencio cada detalle del lugar mientras recorría la estancia,
desde los colores de las paredes hasta los muebles, y yo dejé que lo hiciera
sin hacer comentarios al respecto. De alguna forma respetaba aquél silencio.
Era cómodo, casual, y sobretodo inteligente. Sabía que estaba sacando
conjeturas e hipótesis respecto a mi forma de vida, aunque en realidad un
simple color no dijera nada profundo, pero cuando comenzó a leer la lista de
reproducción de mi computadora enrojecí un poco. Los gustos personales
revelaban bastante sobre uno mismo.
―¿Quieres tomar algo?
Puedo prepararte un té, un café… ―le ofrecí, dejando la propuesta en el aire.
Se dio vuelta y me observó, con sus ojos
abiertos y parpadeantes, como si hubiera estado más al pendiente de la
inspección que de la persona en sí.
―Un vaso de agua está bien―
me dijo con tranquilidad.
Caminamos juntos, él por
detrás de mí, hacia la pequeña pero acogedora cocina que mi amiga y yo
compartíamos desde hace un par de años. Él se sentó en una de las tantas sillas
que había mientras yo tomaba una jarra de agua fría de la heladera y servía dos
vasos.
―Así que, ¿qué te trae al
lado maligno del campus? ―pregunté para picarlo mientras me sentaba frente a él
depositando los vasos sobre la mesa.
Agachó la vista y comenzó
a observar sus manos: fuertes y masculinas sin perder la belleza, junto con
aquél color bronceado que él tenía.
Nuevamente un rubor
apareció en sus mejillas. Frunció los labios, obviamente disgustado. De pronto
lo comprendí: había venido por primera vez a mi casa, algo que él nunca haría,
para darme una mala noticia. Estaba casi segura.
―Dímelo de una maldita
vez, Ariel ―murmuré con malhumor, de pronto consciente de los cambios de humor
que me provocaba.
Me miró sorprendido. Volvió
a agachar la cabeza en cuanto supo que divagaba entre algunas escasas ideas de
por qué estaba aquí.
―Lo pillas muy rápido, ¿eh?―
comentó intentando alivianar las cosas, pero con el tono de voz tan monótono y
bajo que solo consiguió que sonara como una disculpa.
―O tú no sabes cubrir tus emociones. Estás a
punto de vomitar o algo así ―gruñí al notar que sus mejillas coloreadas perdían
el tono hasta finalmente derivar en un blancuzco verdoso.
Con su mano derecha
comenzó a rascarse la nuca y a acomodarse el cabello, algo ilógico, ya que él
lo llevaba corto. Era evidente que tenía varios tics nerviosos.
―Esto probablemente suene
cien veces peor de lo que crees, así que, por favor, solo te pido que no te
molestes ―me pidió con la voz varios grados más baja ―, pero no puedo seguir
viéndote, Dana.
Lo primero que pensé fue
que estaba casi segura de que diría algo así. Pronto comenzaron a brotar los
sentimientos. La ira asomó un instante y tan pronto como llegó, se derritió,
convirtiéndose en un dolor intenso e inexplicable que no pensaba mencionar.
Me mordí la lengua para
que el dolor físico cubriera el emocional, porque no podía creer que esto
estuviera pasando. Un chico que apenas me conocía no quería volver a verme. No
lo había tocado en ningún sentido, tampoco lo había besado, y mucho menos había
ido más allá, por lo que no tenía sentido ni lógica que esas simples palabras
me hubieran quitado las energías del resto del día. No quería verme,
literalmente. No había surgido nada entre nosotros, así que no era una excusa.
Simplemente no quería.
No tenía por qué
reprocharle nada, él estaba en todo su derecho de hacer amistad con quien
quisiera, y si yo no formaba parte de la lista por vaya a saber qué razones, lo
entendía.
Inhalé un par de veces
fingiendo estar molesta, cuando en realidad estaba intentando concentrarme.
Finalmente lo observé y dije con delicadeza:
―Gracias ―.Se mordió los
labios nuevamente, preso de la confusión y la vergüenza―. Me refiero, gracias
por haberme ayudado la primera vez que nos conocimos. No solo por lo de la
clase, por… tenderme la mano― le expliqué mientras me encogía de hombros, intentando
restarle importancia.
Durante un instante desee
molestarme como antes lo hacía. En otra ocasión, con cualquier otro chico, me
hubiera dado igual o me hubiera cabreado, pero al mirarlo a los ojos sabía que
simplemente no podía enojarme con él. Ariel estaba demasiado expuesto al dejar
relucir aquella aura inofensiva que hacía que cualquier desistiera de una
posible agresión.
―Cualquier persona debería
haberte ayudado. Probablemente si yo no hubiera pasado, alguien más lo hubiera
hecho. Solo el idiota mal educado que te golpeó no fue capaz de tenderte la
mano, créeme― murmuró, sacándome de mis pensamientos.
―De todas formas quería
que lo supieras.
Arrimó la silla más cerca
de la mesa, y apoyó los codos sobre esta.
―¿No tienes el mínimo
interés en saber el por qué de mi descenso?
Suspiré.
―Si no lo comentaste desde
un principio, probablemente es porque no quieres decírmelo, y creo que tienes
el derecho a elegir lo que ocultas y lo que no.
Alzó la vista de golpe,
como si hubiera hecho un descubrimiento inconsciente. Se limitó a mirarme un
par de segundos, hasta que finalmente rompí el silencio.
―Esto se está alargando
indebidamente.
Entendió el comentario a
la perfección: se tenía que marchar. Estábamos intentando alargar una
conversación que no conducía hacia ninguna salida, disculpándonos por algo que
al fin y al cabo nunca sucedió. Ambos lo sabíamos, y ninguno pensó en admitirlo
en voz alta.
Le sonreí con ternura, un
gesto impropio de mí.
―Te acompaño a la puerta ―le
dije.
Asintió y se levantó. Echó
una mirada rápida hacia la cocina hasta que finalmente comenzó a seguirme por
todos los rincones del departamento y finalmente derivamos en el pequeño
pasillo de entrada donde se encontraba la puerta principal.
La abrí, haciéndome a un
lado para despedirnos.
―Solo quiero que sepas
algo ―comentó con un pie dentro y otro fuera de la casa ―.Lo estoy haciendo por
ti, no por mí. No pienses que tomé esta decisión de forma fácil y luego vine
aquí porque tengo miedo de lo que digan los demás, ¿vale? Sé que suena idiota y
ególatra, pero estuve toda la noche pensando en esto, y realmente no creo que
alguien como tú sepa lidiar con alguien como yo.
Intenté procesar la
información lo más rápido posible, divagando e intentando sopesar qué
significaban aquellas palabras para él mientras buscaba una respuesta lo antes
posible, ya que en cualquier momento daría la vuelta y se marcharía vaya uno a
saber por cuánto tiempo. Lo único que se me ocurrió fue pensar que si eso era
verdad, nuevamente anteponía la felicidad de los demás por la suya. Un gesto
humilde que tocó las fibras más ocultas de mi corazón hasta hacerlo doler.
Me acerqué despacio,
inhalando y exhalando el aire en silencio, de todas formas, podía sentir los
nervios a flor de piel. Él sabía lo que estaba a punto de hacer cuando me
coloqué lo suficientemente cerca para poder tocar su pecho y ponerme de
puntillas. Sin embargo, no me detuvo. De hecho, cuando mis brazos comenzaron a
ascender hacia su nuca, él se agachó para facilitarme la acción, siendo el
primero en tocar los labios del otro.
Su boca era suave y
cálida, con un sabor refrescante de menta, mientras que la barba me picaba, lo
cual me resultaba gracioso ya que nunca había besado a un chico con barba y por
lo tanto era la primera vez que sentía ese leve cosquilleo.
El beso consistió en rozar
con dulzura los labios del otro durante un minuto o dos sin despegarse,
simplemente manteniendo ese contacto, ambos con los ojos cerrados (o al menos
yo los tenía) sin que fuese sexual o provocativo, porque ninguno estaba
interesado en que fuera más allá que un gesto cariñoso.
Finalmente, suspiré entre sus labios y di un paso atrás.
Por primera vez no lo veía sonrojado, por el contrario, se lo veía bastante
afectado por lo que acababa de pasar. Me miró con un brillo peculiar en los
ojos, sin poder disimular la sorpresa.
―Espero verte pronto― fue
lo único que se me ocurrió decir.
Estaba segura de que Ariel quería añadir algo más, pero
simplemente frunció los labios –algo que hacía constantemente– y se limitó a
asentir con la cabeza, en señal de despedida.
Lo observé alejarse por el pasillo oscuro y frío del
campus hasta que desapareció por las escaleras.
Cerré la puerta con cuidado, me apoyé sobre ella, de
pronto cansada y frágil. Comencé a cuestionarme si realmente había sucedido, si
realmente él había pisado el mismo suelo en el que yo vivo, y si lo había
besado. Caminé con torpeza hacia la cocina para tomar los vasos y depositarlos
en el fregadero, un detalle y un recuerdo de que había sido real. Mientras los
lavaba, un par de lágrimas cálidas se deslizaron por sobre mis mejillas, aunque
fui lo suficientemente consciente para no dejar que un llanto me consumiera. Varios
minutos después de que decidiera recostarme en la cama pude escuchar el
movimiento de las llaves al otro lado. El sonido fue sustituido por las voces
de Caroline y Trevor que habían llegado.
Tomé el libro que había estado releyendo la noche
anterior y fingí seguir con la lectura, así quizás podían deducir que mi estado
de ánimo o mi poca colaboración se debía a alguna reacción provocada por el
mismo.
Ambos pasaron por el cuarto, me saludaron rápidamente con
varias bolsas del supermercado encima y, sin detenerse, se dirigieron hacia la
cocina para guardar lo que fuera que hubieran comprado. Luego de escuchar sus
voces amortiguadas y los diferentes sonidos de los paquetes, volvieron con las
manos vacías para sentarse uno al lado del otro en la cama de mi compañera
observando en mi dirección, probablemente dispuestos a entablar conversación.
―¿Has estado leyendo desde
que me marché? ―inquirió Caroline ―Habré tardado al menos una hora.
―Para nada ―le contesté de
la mejor manera posible ―, estuve repasando la clase y hace un par de minutos
cogí el libro para distraerme un poco.
Mi respuesta no fue totalmente convincente, por lo que me
miró con los ojos entrecerrados, preguntándose qué le estaba ocultando y por
qué había sonado tan nasal.
―Dana, lamento mucho lo de
anoche ―comentó Trevor con pavor, un poco incómodo ―. Dije cosas que no eran
ciertas, estaba molesto.
El cambio en la
conversación me tomó con la guardia baja. Probablemente ellos habían hablado
del asunto durante el tiempo que estuvieron fuera. Estaba casi segura de que
Caroline pensaba que mi actitud se debía a los comentarios indebidos de su
pareja.
―Lo entiendo perfectamente,
no volverá a pasar.
Me levanté y comencé a buscar mi teléfono celular y mis
llaves. Una vez que las encontré, las guardé en mis bolsillos y eché a andar,
dispuesta a dar un paseo por la ciudad.
―¿A dónde vas, dulzura? ―me
preguntó Caroline con suma preocupación, algo que cada vez se hacía más
frecuente ―. ¿No vas a quedarte para almorzar?
Lo sopesé durante un
minuto.
―No te preocupes, solo
necesito tomar un poco de aire fresco. Volveré lo más rápido que pueda, si
tardo demasiado… no me esperen.
Antes de que pudiera rebatir mi comentario salí al
pasillo y bajé los cuatro pisos de las escaleras a trompicones. El clima del
exterior había pasado de caluroso a repentinamente frío con probabilidad de
tormenta debido a las nubes negras que se veían detrás de los edificios, lo
cual me resultó irónico dado mi estado de ánimo.
Caminé durante al menos veinte minutos sin rumbo fijo,
observando los viejos edificios tan fascinantes que podían encontrarse en las
calles de Londres, al igual que las familias abrigadas en las plazas
comunitarias. Finalmente, subí al subterráneo de línea que daba hacia el sur de
la ciudad. Me molesté durante un minuto cuando supe que el precio había subido
un euro, pero le resté importancia cuando me di cuenta que había situaciones
mucho peores. Durante el trayecto -que duró más de media hora- revisé mis redes
sociales a través del teléfono y me di cuenta de que siquiera sabía el apellido
de Ariel. No me había detenido a pensar en aquél minúsculo detalle hasta que
intenté interceptarlo mediante facebook.
Solté una maldición en voz baja, no quería pensar en él
porque no tenía por qué hacerlo. Hasta donde mi mente llegaba a procesar, no
teníamos ni el derecho de llamarnos amigos ya que las únicas veces que nos
habíamos encontrado fueron escasas e irrelevantes. No habíamos hecho el mínimo
intento de acercarnos más de la cuenta, o al menos preguntar algo tan inocente
como la edad o el apellido. Él no sabía absolutamente nada de mí y yo no sabía
absolutamente nada de él, por lo cual no debía responsabilizarme de sus actos o
tener un remoto apego hacia él. Los encuentros que habíamos desarrollado eran
comunes en gente de nuestra edad: nos podíamos ver en fiestas y en los pasillos
como dos personas normales.
Cada quince minutos el subterráneo se detenía para que
los pasajeros descendieran a sus destinatarios y nuevos ascendieran. Fue una
rutina constante de una hora y media en la que no podía concentrarme en nada en
particular hasta que finalmente se detuvo en una de las últimas paradas: debajo
de la Catedral
Southwark, mi destino.
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¡Gracias por su tiempo! espero verlos por acá a mitad de semana para el cuarto capítulo.
Awww mira que ando muy floja de lagrima!!! Me encanta poder ayudar desde mi humilde lugar, y gracias por confiar en mi. =) Te adoro lo sabes, y tenes un gran talento. Con cada capitulo se vuelve mas interesante y ya quiero leer el 4º!!!!!!!!! Te quiero!!!!!
ResponderEliminarQue rumbo esta tomando la historia! que escondera.? alejarse asi de ella.. Que intriga me da Ariel.. Muy bueno puppi! y muy bueno el vídeo :D !
ResponderEliminar¡Perfecto! Hermoso, preciosa. Te ha quedado... perfecto. Espero con ansias el siguiente capítulo y se vuelve mucho más interesante. ¡Te quiero, felicidades!
ResponderEliminarFannyMoony-
Me encanto! Ariel me da mucha intriga
ResponderEliminar¡Genial Puppi! Cada capítulo se va volviendo mucho más interesante la historia, ya te dije que me va gustando mucho.
ResponderEliminarQuiero ver cómo siguen esos próximos capítulos y ver qué tan interesante se pone esta linda historia.
Me alegra mucho poder ayudarte y que eso te ponga contenta.
¡Te quiero!
La parte en la que se despide de Ariel es tan...no sé,sentí algo,fue triste a pesar de todo.
ResponderEliminarMe encanta tu forma de escribir Puppii,espero con ansias los siguientes capítulos.