jueves, 20 de febrero de 2014

La inocencia de tu voz, segundo capítulo: Caso hipotético.


¡Y aquí estamos otra vez! Primero que nada quiero explicar nuevamente las razones de la tardanza de este capítulo.
Estuve de vacaciones aproximadamente quince días sin internet (y sin televisión) en un hermoso pueblo-balneario a dos horas y media de mi ciudad llamado Claromecó, y más tarde fue mi cumpleaños. Entre una cosa y la otra tenía el capítulo, pero no internet con el cual subirlo, y tampoco podía hablar con Noe -mi amieditora- quien me ayuda a corregir los capítulos. Finalmente tras unos pocos días de esfuerzo pudimos tener el capítulo lo bastante presentable para subirlo a la red.
Así que antes de dejarles el segundo capítulo quiero agradecerles a todos aquellos que estuvieron esperando por esto o preguntándome cuándo iba a subirlo. También decirle a Yami que prometí pasarle cada capítulo antes de subirlo oficialmente, pero ella en estos momentos no está, así que el tercero es todo tuyo, amiga.  
Y no hace falta decir que agradezco tener a alguien tan inteligente y bondadosa como Noe, quien además de corregir y dar su opinión es una amiga las veinticuatro horas del día. Gracias por compartir ese cerebro lleno de infinita sabiduría conmigo, y también por darme un poquito de tu amor. Te quiero.









Capítulo dos:

Caso hipotético.

Hubo muchas oportunidades en las que supe aprovecharme de la gente. Las utilicé en cualquier ámbito, sin importar sexo, edad y motivos. Simplemente tomé esas ventajas para mi beneficio personal y siempre terminé de la misma forma: sintiéndome un poco culpable. Aunque claro, nunca me podría arrepentir. Gracias a esas chances he logrado viejas metas en mi vida que no quiero recordar, pero siempre fueron de utilidad y de vez en cuando lo siguen siendo. Lo que nunca había pensado fue que podría obtener ventajas de un desconocido, que esa persona supiera que estaba haciendo eso por alguien a quien realmente no conocía y aún así de todas formas lo hacía por simple humildad.
Así fue como Ariel comenzó de forma inofensiva a llamar mi atención. Mientras esperé con nerviosismo en el pasillo fuera del aula, podía ver a través del vidrio cómo él se ocupaba de la situación e intercambiaba palabras con mi profesor. Obviamente desde donde mi posición no podía escuchar más allá de las voces amortiguadas de ambos. Cuando finalmente se abrió la puerta, él llevaba un resumen de las últimas clases en la mano derecha y una sonrisa de satisfacción, como si hubiera hecho la acción del día. Le agradecí estupefacta por su colaboración y aún más por haberlo convencido. Como respuesta, Ariel comenzó a enrojecer violentamente y miró con nerviosismo de un lado hacia otro, totalmente negado a observarme a los ojos.
―¿Te encuentras bien? ―inquirí desconcertada al ver que le sudaban las manos― ¿Necesitas ir a la enfermería? Tal vez se te bajó la presión o algo por el estilo.
Hice este último comentario porque de la misma forma en la que había enrojecido con tanta rapidez, la sangre abandonó su rostro y el color de su piel terminó siendo de un blanco verdoso.
Negó con la cabeza.
―No te preocupes, sucede cuando me pongo nervioso ―aclaró y tan pronto como lo hizo abrió los ojos preso del pánico. Evidentemente no quería darle información que no era necesaria a una persona que acababa de conocer.
Comenzó a murmurar por lo bajo algo respecto a un trabajo de medio tiempo, probablemente una excusa para retirarse y finalmente se despidió con la mano antes de desaparecer por el pasillo entre un mar de alumnos.
Me quedé allí plantada mientras la curiosidad me consumía. La reacción del chico era totalmente nueva para mí. Nunca había visto a un hombre de su edad actuar con tanta vergüenza frente a una presa femenina, al igual que también me llamaba la atención su interacción con el profesor. Era demasiado joven para ejercer profesión dentro de la universidad, aunque tal vez fuera asistente, como también podía ser de último año.
Mientras caminaba la única manzana que separaba la universidad del campus, recordaba las mejillas sonrojadas de Ariel. Me sentí un poco irónica y divertida, ya que no estaba acostumbrada a entablar conversaciones con chicos como él y mucho menos pensar en ello más de la cuenta. Finalmente decidí que estaba lo suficientemente interesada en saber por qué era tan tímido que podría poco a poco entablar amistad con él.
Pasé el resto de la semana inquieta. Había tenido una prueba sorpresa sobre las cuestiones individualistas de Friedrich Nietzsche el jueves, el cual aprobé porque había tenido la suerte de revisar mis apuntes de la materia el día anterior. Por la tarde del mismo día mientras estaba sentada escuchando a medias mi última clase, la de la profesora Araujo, escuché que ella intercambiaba comentarios con los alumnos entre risas y en un momento dado, estuve casi segura de que mencionó algo respecto a un tal Ariel. Levanté la cabeza de pronto para poder escuchar más respecto al tema, pero había llegado tarde, porque todos se reían de la broma ya hecha y volvían al tema de la clase. Maldije en voz baja e intenté conformarme diciendo que probablemente estuvieran hablando de otra persona. Ese nombre era frecuente en lugares como éstos, al igual que muchos otros.
Mientras salía de la clase comencé a cuestionarme si la ausencia de la segunda aparición de Ariel se debía a pura casualidad o evitaba los mismos pasillos que yo frecuentaba.
El viernes por la tarde Caroline me invitó a una fiesta privada donde solo unos pocos chicos de la universidad acudirían. La miré por encima de mi edición vieja de El relato de un náufrago de  Gabriel García Márquez y le comenté:
―Hoy no me apetece.
Ella dejó de revolver en el clóset para girar sobre sus talones y observarme con expresión de sorpresa e indignación poco disimulada.
―Supongo que es una broma y una muy buena, porque la Dana que yo conozco nunca faltó a una fiesta universitaria y menos a una en la cual tenemos invitación ―murmuró con las cejas elevadas, al tiempo que se sentó a mi lado―. Estos últimos días has estado algo distraída, ¿te encuentras bien?
¡La pregunta del momento! Aquella que cualquier ser humano utiliza porque cree romper el hielo con eso, como si fuéramos a contar la raíz del problema y buscar la solución juntos. Todos sabemos que esa pregunta siempre tiene la misma respuesta y no soluciona nada, de todas formas, sé que ella lo preguntó con buenas intenciones, por lo que le respondí tranquilamente.
―Estoy bien, probablemente sea el cansancio. Retomar las clases me está matando, ya me había desacostumbrado. De solo pensar que tenemos dos días descanso me dan ganas de suspender todas las materias.
Sus labios se transformaron en una fina línea y me observó durante un par de segundos, descubriendo mi mentira.
No hay nada más molesto en el mundo que mentirle a alguien que conoces hace años y saben tanto de ti que si quiera puedes fingir que te importa algo tan banal como San Valentín.
Caroline se levantó mientras suspiraba con enojo y continuó revolviendo entre bolsas del clóset. Una vez que encontró lo que buscaba, arrojó la tela sobre mi rostro.
La tomé con cuidado y la observé: era un vestido rojo oscuro, con la espalda desnuda y el corte que llegaba hasta los muslos. Era ajustado y de tiras. En ellas había unas pequeñas perlas del mismo tono, destacando y llamando la atención, pero sin ser escandalosas o exuberantes.
―Es tu adelanto de cumpleaños y si no lo utilizas esta noche va a ser el peor error de tu vida, Dana, ¿me estás escuchando? ―preguntó de malhumor―. Porque acabo de mostrártelo y me ha costado muchísimo conseguirlo. Casi le arranco los brazos a una señora que no le hubiera quedado nada bien para que sea todo tuyo. Ahora póntelo y deja de arruinar tu maldito fin de semana.
―Tranquila, voy ya mismo a la ducha ―le contesté de inmediato―. Creo que nunca habías levantado el tono conmigo. Y gracias por el vestido, es precioso. Es el mejor regalo adelantado que alguien podría haberme hecho.
El comentario la tomó con la guardia baja, por lo cual sonrió complacida y su ceño fruncido desapareció en un instante.
Una hora y cuarto después me encontré bajando del taxi bañada, maquillada, vestida, con los accesorios correctos y  con un par de tacones de diez centímetros color negro que apenas podía resistir.
Mientras mi compañera terminaba de pagar el viaje de más de veinte minutos, observé con detención el lugar frente a mí:
Un edificio de granito y piedras antiguas, al menos con veinte departamentos. El pequeño jardín de entrada estaba cubierto por plantas y flores que yo desconocía, de diferentes colores y tamaños. La gran puerta de roble contaba con un picaporte de metal y las paredes externas estaban cubiertas por un vidriado muy fino.
―No nos van a secuestrar ni nada por el estilo, ¿no? ―le pregunté a Caroline con cuidado cuando pude ver un grupo de guardias de seguridad a cada lado del lugar―.  Este lugar es precioso, ¿quién nos ha invitado?
―Un chico de último año, y su grupo de amigos ―me dijo con simpleza y un minuto después tocó timbre del departamento ‘’c’’ en el octavo piso ―Creo que su nombre era Mark, o algo así.
Al otro lado del intercomunicador una voz masculina nos recibió, probablemente el dueño del piso. Caroline murmuró nuestros nombres y él hizo una broma respecto a la relación que ella mantenía con Trevor, por lo tanto deduje que la invitación era a través de él. Hubo un silencio no más largo de un par de segundos y luego el intercomunicador hizo un zumbido incómodo para que la puerta se abriera y pudiésemos entrar a la planta principal del edificio. El suelo era de un color blanco inmaculado, con pequeños detalles de piedras, mientras que las paredes tanto fuera como dentro seguían manteniendo la piedra de granito. Sobre el costado derecho había otros dos agentes de seguridad, y en el fondo podía encontrarse una especie de mostrador de metal y madera maciza por donde detrás se encontraba el portero en un traje negro y corbata. Nos acercamos a él para volvernos a identificar y especificarle a quién veníamos a visitar. Él asintió con la cabeza y sacó una pequeña lista para tachar nuestros nombres. Finalmente nos indicó que fuéramos hasta el fondo del pasillo donde encontraríamos los ascensores, que resultaron ser automáticos.
Llegadas al octavo piso, Caroline caminó por delante de mí buscando el apartamento y tocó timbre una vez que lo encontró.
La puerta se abrió de golpe y aparecieron tanto un chico como una chica de aproximadamente nuestra edad en nuestra visión, aunque sus facciones eran más adultas. Era evidente que ambos estaban conectados en parentesco. Él llevaba el cabello despeinado cuidadosamente -un detalle hecho completamente a propósito- a conjunto con una barba tupida y unos ojos celestes que iban en simetría con su piel blanca. Había optado por vestirse con unos vaqueros color caqui bastante favorecedores, una camisa tres cuartos a cuadros color azul marino y unas zapatillas converse. Por el contrario, ella había elegido un vestido negro amoldado a una figura esbelta que relucía a la perfección por haber heredado el mismo color de piel que la persona que se encontraba a su lado.
Ambos nos saludaron con alegría evidente, la cual se me contagió por tanta vibra positiva. Saludaron a Caroline con más entusiasmo del que yo esperaba y yo me limité a observarlos con sorpresa. Los tres me explicaron que se conocían desde hacía varios años porque habían sido compañeros de bachillerato con la pareja de mi amiga y que habían conservado la amistad hasta el día de hoy porque todos íbamos a la misma universidad. También quitaron mis dudas explicando que eran primos, aunque bromearon respecto a su parecido diciendo que podrían ser hermanos y no estar al tanto.
Si unos minutos antes estaba sorprendida e intimidada por los guardias de seguridad y la exclusividad del edificio en sí, era porque todavía no había podido inspeccionar los departamentos uno por uno. El lugar donde se desarrollaba la fiesta era ni más ni menos que un departamento de dos pisos, ¿quién diablos tiene dos pisos en un edificio? Los suelos eran de madera plastificada, mientras tanto, las paredes hacían juego con columnas, ambas de color crema. Recorrí el lugar entre la muchedumbre, descubriendo que en la planta baja había una cocina mediana al lado un comedor con sala de estar y un pequeño baño. Arriba me encontré con tres habitaciones –dos para los dueños, y una para huéspedes-, un cuarto de juegos que iban desde juegos de mesa hasta aparatos de alta tecnología y un baño del doble de tamaño que el primero.
Me quedé durante un minuto allí plantada, pasmada por tanto dinero despilfarrado en elegancia y televisores planos –de los cuales encontré dos- y luego finalmente llegué a la conclusión de que no tenía por qué entrometerme. Bajé las escaleras de mármol y volví hacia la sala de estar, donde había una buena cantidad de personas, al menos la mitad de las más de cien invitadas. La mayoría se encontraban sentadas cómodas en sillas o sofás de color rojo carmesí, y un pequeño grupo de hombres intercambiaba comentarios en una esquina, junto al mini bar de roble. El resto se encontraba bailando en el centro del lugar, el cual denominaron como pista de baile y solo parejas o amigos estaban ocupados charlando o en los rincones más oscuros del lugar.
Caroline se encontró conmigo para ofrecerme un vaso de whisky en señal de bienvenida y luego desapareció en busca de Trevor. Me senté en un sillón caoba para una sola persona, tomando de la refrescante bebida mientras observaba mi alrededor. En un caso normal estaría intentando buscar a alguien con quien pasar el resto de la noche, pero últimamente la idea no me apetecía para nada, porque cada vez que imaginaba la situación, unos ojos verdes y tímidos aparecían en mi visión de manera inconsciente y saturaban mis ideas, hasta que finalmente descartaba la imagen mental molesta por el rumbo de mis pensamientos.
Durante gran parte de la velada varios chicos se me acercaron, desde mi edad hasta cerca de los treinta, –altos, bajos, guapos y no tanto- y con todos intenté ser lo más amable posible, siguiendo el hilo de la conversación hasta que de pronto el tema cambiaba  abruptamente y comenzaban a insinuarse de manera evidente y por sobretodo grotesca. En ese momento bufaba y los mandaba a la mierda. La mayoría se alejó por acto reflejo en cuanto mostraba que no estaba de humor para algo más que una conversación, aunque hubo tres o cuatro que me sacaron de quicio hasta que finalmente comprendieron el concepto por las malas.
Con el paso de la noche tomé varias cervezas negras, lo cual finalmente derivó en que no podía retener la cantidad de líquido que había estado consumiendo y me dirigí al baño más pequeño. Una vez que terminé de hacer mis necesidades –me costó un poco debido a los leves mareos– me lavé las manos y salí a trompicones cuando alguien llamó poderosamente mi atención.
Estaba de espaldas a mí conversando con sus amigos, de modo que no podía verle su rostro, aunque estaba casi segura de quién era. Su estatura fue lo primero que observé, me sacaba al menos veinte centímetros a mi metro sesenta. Bajo la camisa blanca ajustada se encontraba una piel morena ya reconocible que cubría gran parte de sus músculos y unos vaqueros de jean a conjunto con unas zapatillas negras.
Nunca fui una persona vergonzosa y menos cuando había ingerido una buena cantidad de alcohol sin haber llegado a un estado total de ebriedad, por lo tanto no me molesté en pensar lo que estaba haciendo cuando me acerqué con una sonrisa de suficiencia al pequeño grupo de seis hombres. La mitad alzó la vista hacia mí, mientras que Ariel y el resto que se encontraban de espaldas no se percataron de mi presencia. Volví a sonreír y guiñé un ojo en general, a continuación hablé por encima de la música, acercándome lo suficiente a él para que pudiera identificar mi voz.
―Buenas noches, caballeros ―saludé con diversión pero sin estarlo por algo en particular―. ¿Qué tal va su noche? Me parece que conozco a su amigo ―murmuré mientras hacía señas con la cabeza hacia Ariel.
Giró sobre sí mismo y me observó con aquellos ojos inocentes y sorprendidos, los cuales ya había tenido la oportunidad de admirar una vez. Bajo las luces de varios colores pude notar cómo sus mejillas se encendían, otro detalle que se me hizo conocido en él.
Sus compañeros de velada nos observaron con verdadera curiosidad. Ninguno de ellos tenía que decirlo en voz alta para que yo entendiera que Ariel no era muy dado en  tener conversaciones con mujeres y menos en fiestas.
―Discúlpenme un minuto ―pidió él con amabilidad y los chicos asintieron e hicieron unos cuántos comentarios respecto a que no habría problema alguno si se ausentaba. Una vez alejados del grupo me tomó con cuidado por el codo y aún así noté la presión que ejercía sobre el mismo. Subimos las escaleras -todavía unidos de esa forma-  hasta finalmente encontrar un lugar apartado. Me soltó con delicadeza―. Dana, ¿qué estás haciendo aquí? ―inquirió confuso.
 Fruncí el entrecejo. Estaba asistiendo a una fiesta a la cual había sido invitada, ¿qué diablos podría estar haciendo?
―¡Vaya, yo también me alegro de verte! ―le contesté con sarcasmo.― Una bienvenida muy cálida de tu parte.
Suspiró con cansancio, evidentemente no estaba acostumbrado a las peleas sin gracia. Me miró directo a mis ojos verdes apagados para luego regalarme una pequeña sonrisa.
―Vale, lo siento. Me has pillado con la guardia baja, no sabía que vendrías. No esperaba verte por aquí y tampoco quiero discutir, al menos no la segunda vez que te veo ―murmuró por lo bajo.
Pestañee varias veces y le devolví la mirada. Me incomodaba un poco su sinceridad, casi tanto como me ponía los nervios de punta su exagerada amabilidad e inocencia.
―Tú no estás acostumbrado a lidiar con chicas, ¿verdad? ―mi pregunta fue retórica, sin esperar respuesta, porque estaba segura de que era así―. De hecho, diría que no estás acostumbrado a lidiar con las personas en general.
No quise hacer un comentario indebido, simplemente dije algo que había surgido sin detenerme a pensar qué podría responder Ariel al respecto y tampoco estaba interesada en sonar sarcástica o agresiva. Por el contrario, me sorprendía y no dejaba de picar mi curiosidad su forma de ser. Siempre tan tranquilo y dispuesto a ayudar a cualquiera sin dejar de ser amable.
¿Realmente alguien así podía preferir la soledad? ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que él fuera lo que es hoy?
Agachó la cabeza y comenzó a picar el piso con la punta de sus zapatillas, un reflejo involuntario de nerviosismo. Distraer la atención con otra parte de tu cuerpo.
―No voy a hablar de ello contigo, Dana ―comentó nuevamente con sinceridad, aunque intentando fingir indiferencia, cosa que no logró convencerme cuando escuché el temblor de tristeza en su tono de voz―. No es asunto tuyo ni de nadie, en realidad.
―Así que estás admitiendo que lo haces de forma consciente ―objeté.
―¿Estás analizándome? ―inquirió algo molesto al tiempo que elevaba una de sus cejas―. No hagas eso, no estás en clases ―dijo de forma cortante.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando noté que estaba invadiendo su espacio privado y eso no le gustaba en absoluto. Yo tampoco estaba interesada en hacerlo, no al menos sin su consentimiento. Sabía lo molesto que podía llegar a ser que un tercero estuviera detrás de tus pasos todo el tiempo y de pronto me encogí ante el pensamiento de que yo pudiera ser una molestia para él.
El silencio se hizo incómodo y estrecho, lo cual me disgustó porque no estaba dispuesta a que la conversación terminara allí de forma tan violenta.
―Vale, está bien ―dije después de un momento―. ¿Me concede esta pieza, majestad? ―le pregunté al tiempo que hacía una reverencia con la cabeza gacha y extendiendo mi brazo, invitándolo.
Alcé la vista y me encontré con su mirada de vulnerabilidad. Estaba avergonzado, pero sin poder disimular la diversión, por lo que finalmente con cuidado tomó mi mano sobre la suya y aceptó mi invitación.
―¿Es así de simple? ―inquirió pensativo, mientras me tomaba por la cintura –un gesto que me erizó la piel– para comenzar a bailar―. ¿Siempre arreglas las situaciones haciendo o diciendo algo divertido?
Se podía escuchar la música de fondo: alguna vieja banda de pop con letras y canciones movidas, pero ninguno de los dos hizo acopio de querer alejarse del otro. Simplemente girábamos en círculos o movíamos el cuerpo con suavidad de un lado a otro sobre el pequeño lugar que se denominó como pista de baile mientras el resto de las personas allí presentes nos chocaba los codos a menudo.
―Resulta que casi nunca me importa la situación en la que me encuentre, ¿sabes? ―murmuré bajo, y él se acerco para poder escucharme por encima de la música―. La mayoría del tiempo estoy intentando ser fuerte y seguir adelante sin detenerme a pensar en el resto del mundo, pero ya ves, ver para creer. La curiosidad mató al gato.
―Pero murió sabiendo ―remató la frase.
Nuestros rostros estaban tan cerca el uno del otro que pude sentir su cálido aliento a menta mezclado con el alcohol ingerido golpeándome el rostro. En un gesto inconsciente, comencé a observar sus labios rosados y gruesos. La mueca de su rostro cambió cuando notó la observación y la pequeña sonrisa que llevaba se transformó en una línea de desconfianza y vergüenza. Puse los ojos en blanco y esta vez lo observé directamente a sus ojos. De cerca eran aún más llamativos: el color se trataba de un extraño musgo grisáceo y probablemente cambiara con el tipo de luz, mientras que alrededor de la pupila tenía una especie de aureola color miel que resaltaba con sus pestañas gruesas.
―Tengo que irme ―dijo en un susurro bajo, a modo de despedida.― Quizás nos veamos pronto en la universidad.
Y así de fácil como lo encontré, se escabulló entre los cuerpos en movimiento y desapareció.
Me tomó un minuto tranquilizarme, porque una vez que él se esfumó la ira nubló mi mente. Me sentía defraudada y humillada por la incrédula situación de que había huido por segunda vez y yo no había hecho ninguna insinuación por mi parte. Comencé a plantearme la hipotética situación de un rechazo y finalmente, deduje que mis sentimientos dependerían de la persona que me rechazara. Todavía no había comentado mis encuentros con Ariel a nadie, siquiera con Caroline y mucho menos lo había admitido a mí misma en voz alta. Estaba preocupada por la situación en la que me encontraba: nunca había sentido interés en ningún hombre por más de una noche exceptuando a Theo, quien resultó haberme engañado. Tampoco estaba acostumbrada a este tipo de situaciones en las que yo era la acosadora, pero por sobre todas las cosas, estaba insegura respecto a si yo podría manejar la personalidad tan enigmática de Ariel.
Finalmente pasé las últimas horas de la noche recorriendo el apartamento sin punto fijo, bebiendo chupitos –los cuales quemaban mi garganta como si de fuego se tratara– y rechazando chicos de forma muy poco considerada. Cada tanto soltaba un insulto propio de un equipo de fútbol por estar tan molesta y borracha.
Pasadas las cinco de la mañana pude interceptar a Caroline junto Trevor en la entrada del edificio, los cuales estaba segura de que se habían retirado del lugar varias horas antes y habían vuelto a por mí.
―Con razón no podía encontrarte en un lugar tan pequeño ―murmuré hacia ella, arrastrando las palabras algo molesta, al tiempo que le daba un pequeño empujón de borracha, el cual obviamente erré―. Pequeña zorra, tú te vas por ahí con tu novio y yo me he quedado sola con este grupo de imbéciles de último año.
Alzó las cejas sorprendida por mi reacción, aunque fue Trevor quien habló por ella:
―Dana, entiendo que estés borracha y malhumorada, pero no tienes el derecho de decirle una mierda después de la cantidad de veces que tuve que venir a buscarla cuando tú te ibas a enrollarte con algún imbécil a su coche y volvías hecha un asco al piso donde ambas conviven.
Solo pude captar la mitad de lo que dijo, pero entendí lo suficiente como para echarme a llorar, tirarme sobre la vereda y poder tomarme las rodillas así era capaz de acurrucarme.
Caroline se agachó y acunó mi rostro sobre su pecho mientras chistaba y me daba palmaditas cariñosas en la espalda así dejaba de llorar.
―Nena, no me hagas esto ¿vale? ―me pidió mi amiga con ternura casi maternal―. Ya te conozco, y sé que tienes carácter fuerte. Ya no me sorprende ni me molesta y sé que estás viviendo algo que no me quieres decir y por eso estás sensible, pero quiero que sepas que no necesito que nadie me defienda, y que pase lo que pase estoy aquí.
Me abrazó firmemente y las lágrimas comenzaron a volverse más profundas y lastimeras, hasta que finalmente luego de un tiempo indefinido, comenzó a hacerse de día y ella me pidió literalmente que moviera el culo de la acera.
Nos levantamos al mismo tiempo, ya que mi brazo pasaba por encima de sus hombros para sostenerme.
―Tú y yo ya hablaremos luego ―le dijo a su novio cuando pasamos por su lado, bastante molesta.
Caminamos una manzana y media hasta la parada de taxis más cercana de forma irregular y cansina debido a mis traspiés continuos. Una vez que llegamos, Caroline me depositó con cuidado en el asiento trasero de cuero del coche, un Peugeot 504, vigilando que no me golpeara la cabeza con la puerta. Gemí incómoda, de pronto consciente del dolor de cabeza que me esperaba el día siguiente y lo último que hice antes de cerrar los ojos fue pensar que había algo en Ariel que me infundía atracción e inseguridad al mismo tiempo.

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4 comentarios:

  1. ¡Genial! Simplemente me gustó muchísimo lo que agregaste, le dio el toque que le faltaba al cap. ¡Me gustó!
    Gracias a vos por tenerme en cuenta para ayudarte y por ser mi amiga. ¡Te quiero más!
    A seguir escribiendo y publicando ;)

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  2. Que bueno que ya subes!!!!! Muy buen capitulo!!!! me encanta!!! y ya quiero seguir leyendo! Perdon por no estar ayer,y aun cuando estuve te dije que lo leería hoy, dia de mierda el de ayer!!! pero espero ansiosa el tercer cap!!! Te quiero!!!!

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  3. ¡¡Hola!! Ya lo leí ayer el capitulo y me gustó. Está interesante la historia. :D
    Espero ansiosa el tercer capítulo para conocer más del tímido de Ariel. ;)
    ¡Saludos!

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  4. Muy bueno, Pilar! Quiero conocer mas de Ariel y me gusta el personaje de Dana.

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