¡Y aquí estamos otra vez! Primero que nada quiero explicar nuevamente las razones de la tardanza de este capítulo.
Estuve de vacaciones aproximadamente quince días sin internet (y sin televisión) en un hermoso pueblo-balneario a dos horas y media de mi ciudad llamado Claromecó, y más tarde fue mi cumpleaños. Entre una cosa y la otra tenía el capítulo, pero no internet con el cual subirlo, y tampoco podía hablar con Noe -mi amieditora- quien me ayuda a corregir los capítulos. Finalmente tras unos pocos días de esfuerzo pudimos tener el capítulo lo bastante presentable para subirlo a la red.
Así que antes de dejarles el segundo capítulo quiero agradecerles a todos aquellos que estuvieron esperando por esto o preguntándome cuándo iba a subirlo. También decirle a Yami que prometí pasarle cada capítulo antes de subirlo oficialmente, pero ella en estos momentos no está, así que el tercero es todo tuyo, amiga.
Y no hace falta decir que agradezco tener a alguien tan inteligente y bondadosa como Noe, quien además de corregir y dar su opinión es una amiga las veinticuatro horas del día. Gracias por compartir ese cerebro lleno de infinita sabiduría conmigo, y también por darme un poquito de tu amor. Te quiero.
Capítulo dos:
Caso hipotético.
Hubo muchas oportunidades en las que supe aprovecharme de
la gente. Las utilicé en cualquier ámbito, sin importar sexo, edad y motivos.
Simplemente tomé esas ventajas para mi beneficio personal y siempre terminé de
la misma forma: sintiéndome un poco culpable. Aunque claro, nunca me podría
arrepentir. Gracias a esas chances he logrado viejas metas en mi vida que no
quiero recordar, pero siempre fueron de utilidad y de vez en cuando lo siguen
siendo. Lo que nunca había pensado fue que podría obtener ventajas de un
desconocido, que esa persona supiera que estaba haciendo eso por alguien a
quien realmente no conocía y aún así de todas formas lo hacía por simple humildad.
Así fue como Ariel comenzó de forma inofensiva a llamar mi
atención. Mientras esperé con nerviosismo en el pasillo fuera del aula, podía
ver a través del vidrio cómo él se ocupaba de la situación e intercambiaba
palabras con mi profesor. Obviamente desde donde mi posición no podía escuchar
más allá de las voces amortiguadas de ambos. Cuando finalmente se abrió la
puerta, él llevaba un resumen de las últimas clases en la mano derecha y una
sonrisa de satisfacción, como si hubiera hecho la acción del día. Le agradecí
estupefacta por su colaboración y aún más por haberlo convencido. Como
respuesta, Ariel comenzó a enrojecer violentamente y miró con nerviosismo de un
lado hacia otro, totalmente negado a observarme a los ojos.
―¿Te encuentras bien? ―inquirí
desconcertada al ver que le sudaban las manos― ¿Necesitas ir a la enfermería?
Tal vez se te bajó la presión o algo por el estilo.
Hice este último comentario
porque de la misma forma en la que había enrojecido con tanta rapidez, la sangre
abandonó su rostro y el color de su piel terminó siendo de un blanco verdoso.
Negó con la cabeza.
―No te preocupes, sucede
cuando me pongo nervioso ―aclaró y tan pronto como lo hizo abrió los ojos
preso del pánico. Evidentemente no quería darle información que no era
necesaria a una persona que acababa de conocer.
Comenzó a murmurar por lo
bajo algo respecto a un trabajo de medio tiempo, probablemente una excusa para
retirarse y finalmente se despidió con la mano antes de desaparecer por el
pasillo entre un mar de alumnos.
Me quedé allí plantada mientras la curiosidad me
consumía. La reacción del chico era totalmente nueva para mí. Nunca había visto
a un hombre de su edad actuar con tanta vergüenza frente a una presa femenina,
al igual que también me llamaba la atención su interacción con el profesor. Era
demasiado joven para ejercer profesión dentro de la universidad, aunque tal vez
fuera asistente, como también podía ser de último año.
Mientras caminaba la única manzana que separaba la universidad del campus, recordaba las mejillas
sonrojadas de Ariel. Me sentí un poco irónica y divertida, ya que no estaba
acostumbrada a entablar conversaciones con chicos como él y mucho menos pensar
en ello más de la cuenta. Finalmente decidí que estaba lo suficientemente
interesada en saber por qué era tan tímido que podría poco a poco entablar
amistad con él.
Pasé el resto de la semana inquieta. Había tenido una
prueba sorpresa sobre las cuestiones individualistas de Friedrich Nietzsche el jueves, el cual aprobé porque había tenido la
suerte de revisar mis apuntes de la materia el día anterior. Por la tarde del
mismo día mientras estaba sentada escuchando a medias mi última clase, la de
la profesora Araujo, escuché que ella
intercambiaba comentarios con los alumnos entre risas y en un momento dado, estuve casi
segura de que mencionó algo respecto a un tal Ariel. Levanté la cabeza de
pronto para poder escuchar más respecto al tema, pero había llegado tarde, porque todos se reían de la broma ya hecha y volvían al tema de la clase. Maldije en voz baja e intenté
conformarme diciendo que probablemente estuvieran hablando de otra persona. Ese
nombre era frecuente en lugares como éstos, al igual que muchos otros.
Mientras salía de la clase comencé a cuestionarme si la
ausencia de la segunda aparición de Ariel se debía a pura casualidad o evitaba
los mismos pasillos que yo frecuentaba.
El viernes por la tarde Caroline me invitó a una fiesta
privada donde solo unos pocos chicos de la universidad acudirían. La miré por
encima de mi edición vieja de El relato
de un náufrago de Gabriel García Márquez y le comenté:
―Hoy no me apetece.
Ella dejó de revolver en el clóset para girar sobre sus
talones y observarme con expresión de sorpresa e indignación poco disimulada.
―Supongo que es una broma y una muy buena, porque la Dana que yo conozco nunca faltó a una fiesta universitaria y menos a una en la cual tenemos invitación ―murmuró con las cejas elevadas, al
tiempo que se sentó a mi lado―. Estos últimos días has estado algo distraída,
¿te encuentras bien?
¡La pregunta del momento! Aquella
que cualquier ser humano utiliza porque cree romper el hielo con eso, como si
fuéramos a contar la raíz del problema y buscar la solución juntos. Todos sabemos
que esa pregunta siempre tiene la misma respuesta y no soluciona nada, de todas
formas, sé que ella lo preguntó con buenas intenciones, por lo que le respondí tranquilamente.
―Estoy bien, probablemente
sea el cansancio. Retomar las clases me está matando, ya me había
desacostumbrado. De solo pensar que tenemos dos días descanso me dan ganas de
suspender todas las materias.
Sus labios se
transformaron en una fina línea y me observó durante un par de segundos,
descubriendo mi mentira.
No hay nada más molesto en
el mundo que mentirle a alguien que conoces hace años y saben tanto de ti que
si quiera puedes fingir que te importa algo tan banal como San Valentín.
Caroline se levantó
mientras suspiraba con enojo y continuó revolviendo entre bolsas del clóset. Una vez que
encontró lo que buscaba, arrojó la tela sobre mi rostro.
La tomé con cuidado y la
observé: era un vestido rojo oscuro, con la espalda desnuda y el corte que
llegaba hasta los muslos. Era ajustado y de tiras. En ellas había unas
pequeñas perlas del mismo tono, destacando y llamando la atención, pero sin ser
escandalosas o exuberantes.
―Es tu adelanto de
cumpleaños y si no lo utilizas esta noche va a ser el peor error de tu vida,
Dana, ¿me estás escuchando? ―preguntó de malhumor―. Porque acabo de
mostrártelo y me ha costado muchísimo conseguirlo. Casi le arranco los brazos
a una señora que no le hubiera quedado nada bien para que sea todo tuyo. Ahora
póntelo y deja de arruinar tu maldito fin de semana.
―Tranquila, voy ya mismo a
la ducha ―le contesté de inmediato―. Creo que nunca habías levantado el tono
conmigo. Y gracias por el vestido, es precioso. Es el mejor regalo adelantado
que alguien podría haberme hecho.
El comentario la tomó con
la guardia baja, por lo cual sonrió complacida y su ceño fruncido desapareció
en un instante.
Una hora y cuarto después
me encontré bajando del taxi bañada, maquillada, vestida, con los accesorios
correctos y con un par de tacones de
diez centímetros color negro que apenas podía resistir.
Mientras mi compañera
terminaba de pagar el viaje de más de veinte minutos, observé con detención
el lugar frente a mí:
Un edificio de granito y
piedras antiguas, al menos con veinte departamentos. El pequeño jardín de
entrada estaba cubierto por plantas y flores que yo desconocía, de diferentes
colores y tamaños. La gran puerta de roble contaba con un picaporte de metal y
las paredes externas estaban cubiertas por un vidriado muy fino.
―No nos van a secuestrar
ni nada por el estilo, ¿no? ―le pregunté a Caroline con cuidado cuando pude ver
un grupo de guardias de seguridad a cada lado del lugar―. Este lugar es precioso, ¿quién nos ha
invitado?
―Un chico de último año, y
su grupo de amigos ―me dijo con simpleza y un minuto después tocó timbre del departamento
‘’c’’ en el octavo piso ―Creo que su
nombre era Mark, o algo así.
Al otro lado del
intercomunicador una voz masculina nos recibió, probablemente el dueño
del piso. Caroline murmuró nuestros nombres y él hizo una broma respecto a la
relación que ella mantenía con Trevor, por lo tanto deduje que la invitación
era a través de él. Hubo un silencio no más largo de un par de segundos y luego el intercomunicador hizo un zumbido incómodo para que la puerta se abriera y pudiésemos entrar a la planta principal
del edificio. El suelo era de un color blanco inmaculado, con pequeños detalles
de piedras, mientras que las paredes tanto fuera como dentro seguían
manteniendo la piedra de granito. Sobre el costado derecho había otros dos
agentes de seguridad, y en el fondo podía encontrarse una especie de mostrador
de metal y madera maciza por donde detrás se encontraba el portero en un traje negro y corbata. Nos
acercamos a él para volvernos a identificar y especificarle a quién veníamos a
visitar. Él asintió con la cabeza y sacó una pequeña lista para tachar nuestros
nombres. Finalmente nos indicó que fuéramos hasta el fondo del pasillo donde encontraríamos los ascensores, que resultaron ser automáticos.
Llegadas al
octavo piso, Caroline caminó por delante de mí buscando el apartamento y tocó timbre
una vez que lo encontró.
La puerta se abrió de
golpe y aparecieron tanto un chico como una chica de aproximadamente nuestra
edad en nuestra visión, aunque sus facciones eran más adultas. Era evidente que
ambos estaban conectados en parentesco. Él llevaba el cabello despeinado
cuidadosamente -un detalle hecho completamente a propósito- a conjunto con una
barba tupida y unos ojos celestes que iban en simetría con su piel blanca. Había optado por
vestirse con unos vaqueros color caqui bastante favorecedores, una camisa tres cuartos a cuadros color azul marino y unas zapatillas converse. Por el contrario, ella había
elegido un vestido negro amoldado a una figura esbelta que relucía a la
perfección por haber heredado el mismo color de piel que la persona que se
encontraba a su lado.
Ambos nos saludaron con
alegría evidente, la cual se me contagió por tanta vibra positiva. Saludaron a
Caroline con más entusiasmo del que yo esperaba y yo me limité a observarlos con sorpresa. Los
tres me explicaron que se conocían desde hacía varios años porque habían sido
compañeros de bachillerato con la pareja de mi amiga y que habían conservado la
amistad hasta el día de hoy porque todos íbamos a la misma universidad. También
quitaron mis dudas explicando que eran primos, aunque bromearon respecto a su
parecido diciendo que podrían ser hermanos y no estar al tanto.
Si unos minutos antes
estaba sorprendida e intimidada por los guardias de seguridad y la exclusividad
del edificio en sí, era porque todavía no había podido inspeccionar los
departamentos uno por uno. El lugar donde se desarrollaba la fiesta era ni más
ni menos que un departamento de dos pisos, ¿quién diablos tiene dos pisos en un
edificio? Los suelos eran de madera plastificada, mientras tanto, las paredes
hacían juego con columnas, ambas de color crema. Recorrí el lugar
entre la muchedumbre, descubriendo que en la planta baja había una cocina
mediana al lado un comedor con sala de estar y un pequeño baño. Arriba me
encontré con tres habitaciones –dos para los dueños, y una para huéspedes-, un
cuarto de juegos que iban desde juegos de mesa hasta aparatos de alta tecnología y un baño del doble de tamaño que el primero.
Me quedé durante un minuto
allí plantada, pasmada por tanto dinero despilfarrado en elegancia y
televisores planos –de los cuales encontré dos- y luego finalmente llegué a la
conclusión de que no tenía por qué entrometerme. Bajé las escaleras de mármol y
volví hacia la sala de estar, donde había una buena cantidad de personas, al
menos la mitad de las más de cien invitadas. La mayoría se encontraban
sentadas cómodas en sillas o sofás de color rojo carmesí, y un pequeño grupo de
hombres intercambiaba comentarios en una esquina, junto al mini bar de roble.
El resto se encontraba bailando en el centro del lugar, el cual denominaron
como pista de baile y solo parejas o amigos estaban ocupados charlando o en
los rincones más oscuros del lugar.
Caroline se encontró
conmigo para ofrecerme un vaso de whisky en señal de bienvenida y luego
desapareció en busca de Trevor. Me senté en un sillón caoba para una sola
persona, tomando de la refrescante bebida mientras observaba mi alrededor. En
un caso normal estaría intentando buscar a alguien con quien pasar el resto de
la noche, pero últimamente la idea no me apetecía para nada, porque cada vez
que imaginaba la situación, unos ojos verdes y tímidos aparecían en mi visión de
manera inconsciente y saturaban mis ideas, hasta que finalmente descartaba la imagen mental molesta por el rumbo de mis pensamientos.
Durante gran parte de la
velada varios chicos se me acercaron, desde mi edad hasta cerca de los treinta, –altos,
bajos, guapos y no tanto- y con todos intenté ser lo más amable posible, siguiendo el hilo de la conversación hasta que de pronto el tema cambiaba abruptamente y comenzaban a insinuarse de
manera evidente y por sobretodo grotesca. En ese momento bufaba y los
mandaba a la mierda. La mayoría se alejó por acto reflejo en cuanto mostraba
que no estaba de humor para algo más que una conversación, aunque hubo tres o cuatro que
me sacaron de quicio hasta que finalmente comprendieron el concepto por las malas.
Con el paso de la noche
tomé varias cervezas negras, lo cual finalmente derivó en que no podía retener
la cantidad de líquido que había estado consumiendo y me dirigí al baño más
pequeño. Una vez que terminé de hacer mis necesidades –me costó un poco debido
a los leves mareos– me lavé las manos y salí a trompicones cuando alguien llamó
poderosamente mi atención.
Estaba de espaldas a mí conversando
con sus amigos, de modo que no podía verle su rostro, aunque estaba casi segura
de quién era. Su estatura fue lo primero que observé, me sacaba al menos veinte
centímetros a mi metro sesenta. Bajo la camisa blanca ajustada se encontraba
una piel morena ya reconocible que cubría gran parte de sus músculos y unos
vaqueros de jean a conjunto con unas zapatillas negras.
Nunca fui una persona
vergonzosa y menos cuando había ingerido una buena cantidad de alcohol sin
haber llegado a un estado total de ebriedad, por lo tanto no me molesté en
pensar lo que estaba haciendo cuando me acerqué con una sonrisa de suficiencia
al pequeño grupo de seis hombres. La mitad alzó la vista hacia mí, mientras que
Ariel y el resto que se encontraban de espaldas no se percataron de mi
presencia. Volví a sonreír y guiñé un ojo en general, a continuación hablé por
encima de la música, acercándome lo suficiente a él para que pudiera identificar
mi voz.
―Buenas noches, caballeros
―saludé con diversión pero sin estarlo por algo en particular―. ¿Qué tal va su
noche? Me parece que conozco a su amigo ―murmuré mientras hacía señas con la cabeza hacia
Ariel.
Giró sobre sí mismo y me
observó con aquellos ojos inocentes y sorprendidos, los cuales ya había tenido
la oportunidad de admirar una vez. Bajo las luces de varios colores pude
notar cómo sus mejillas se encendían, otro detalle que se me hizo conocido
en él.
Sus compañeros de velada
nos observaron con verdadera curiosidad. Ninguno de ellos tenía que decirlo en
voz alta para que yo entendiera que Ariel no era muy dado en tener conversaciones con mujeres y menos en
fiestas.
―Discúlpenme un minuto ―pidió
él con amabilidad y los chicos asintieron e hicieron unos cuántos comentarios respecto
a que no habría problema alguno si se ausentaba. Una vez alejados del grupo me tomó
con cuidado por el codo y aún así noté la presión que ejercía sobre el mismo.
Subimos las escaleras -todavía unidos de esa forma- hasta finalmente encontrar un lugar apartado.
Me soltó con delicadeza―. Dana, ¿qué estás haciendo aquí? ―inquirió confuso.
Fruncí el entrecejo. Estaba asistiendo a una
fiesta a la cual había sido invitada, ¿qué diablos podría estar haciendo?
―¡Vaya, yo también me
alegro de verte! ―le contesté con sarcasmo.― Una bienvenida muy cálida de tu
parte.
Suspiró con cansancio,
evidentemente no estaba acostumbrado a las peleas sin gracia. Me miró directo a
mis ojos verdes apagados para luego regalarme una pequeña sonrisa.
―Vale, lo siento. Me has
pillado con la guardia baja, no sabía que vendrías. No esperaba verte por aquí y tampoco quiero discutir, al menos no la segunda vez que te veo ―murmuró por
lo bajo.
Pestañee varias veces y
le devolví la mirada. Me incomodaba un poco su sinceridad, casi tanto como me
ponía los nervios de punta su exagerada amabilidad e inocencia.
―Tú no estás acostumbrado
a lidiar con chicas, ¿verdad? ―mi pregunta fue retórica, sin esperar respuesta,
porque estaba segura de que era así―. De hecho, diría que no estás acostumbrado
a lidiar con las personas en general.
No quise hacer un
comentario indebido, simplemente dije algo que había surgido sin detenerme a
pensar qué podría responder Ariel al respecto y tampoco estaba interesada en
sonar sarcástica o agresiva. Por el contrario, me sorprendía y no dejaba de
picar mi curiosidad su forma de ser. Siempre tan tranquilo y dispuesto a
ayudar a cualquiera sin dejar de ser amable.
¿Realmente alguien así
podía preferir la soledad? ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que él fuera lo
que es hoy?
Agachó la cabeza y comenzó
a picar el piso con la punta de sus zapatillas, un reflejo involuntario de
nerviosismo. Distraer la atención con otra parte de tu cuerpo.
―No voy a hablar de ello
contigo, Dana ―comentó nuevamente con sinceridad, aunque intentando fingir
indiferencia, cosa que no logró convencerme cuando escuché el temblor de
tristeza en su tono de voz―. No es asunto tuyo ni de nadie, en realidad.
―Así que estás admitiendo
que lo haces de forma consciente ―objeté.
―¿Estás analizándome? ―inquirió
algo molesto al tiempo que elevaba una de sus cejas―. No hagas eso, no estás en
clases ―dijo de forma cortante.
Un escalofrío recorrió mi
columna vertebral cuando noté que estaba invadiendo su espacio privado y eso no
le gustaba en absoluto. Yo tampoco estaba interesada en hacerlo, no al menos
sin su consentimiento. Sabía lo molesto que podía llegar a ser que un tercero
estuviera detrás de tus pasos todo el tiempo y de pronto me encogí ante el
pensamiento de que yo pudiera ser una molestia para él.
El silencio se hizo incómodo
y estrecho, lo cual me disgustó porque no estaba dispuesta a que la
conversación terminara allí de forma tan violenta.
―Vale, está bien ―dije
después de un momento―. ¿Me concede esta pieza, majestad? ―le pregunté al tiempo
que hacía una reverencia con la cabeza gacha y extendiendo mi brazo,
invitándolo.
Alcé la vista y me
encontré con su mirada de vulnerabilidad. Estaba avergonzado, pero
sin poder disimular la diversión, por lo que finalmente con cuidado tomó mi
mano sobre la suya y aceptó mi invitación.
―¿Es así de simple? ―inquirió
pensativo, mientras me tomaba por la cintura –un gesto que me erizó la piel–
para comenzar a bailar―. ¿Siempre arreglas las situaciones haciendo o diciendo
algo divertido?
Se podía escuchar la
música de fondo: alguna vieja banda de pop con letras y canciones movidas, pero
ninguno de los dos hizo acopio de querer alejarse del otro. Simplemente
girábamos en círculos o movíamos el cuerpo con suavidad de un lado a otro sobre
el pequeño lugar que se denominó como pista de baile mientras el resto de las
personas allí presentes nos chocaba los codos a menudo.
―Resulta que casi nunca me
importa la situación en la que me encuentre, ¿sabes? ―murmuré bajo, y él se
acerco para poder escucharme por encima de la música―. La mayoría del tiempo
estoy intentando ser fuerte y seguir adelante sin detenerme a pensar en el
resto del mundo, pero ya ves, ver para creer. La curiosidad mató al gato.
―Pero murió sabiendo ―remató
la frase.
Nuestros rostros estaban
tan cerca el uno del otro que pude sentir su cálido aliento a menta mezclado
con el alcohol ingerido golpeándome el rostro. En un gesto inconsciente,
comencé a observar sus labios rosados y gruesos. La mueca de su rostro cambió
cuando notó la observación y la pequeña sonrisa que llevaba se transformó en
una línea de desconfianza y vergüenza. Puse los ojos en blanco y esta vez lo
observé directamente a sus ojos. De cerca eran aún más llamativos: el color se
trataba de un extraño musgo grisáceo y probablemente cambiara con el tipo de
luz, mientras que alrededor de la pupila tenía una especie de aureola color
miel que resaltaba con sus pestañas gruesas.
―Tengo que irme ―dijo en
un susurro bajo, a modo de despedida.― Quizás nos veamos pronto en la universidad.
Y así de fácil como lo
encontré, se escabulló entre los cuerpos en movimiento y desapareció.
Me tomó un minuto
tranquilizarme, porque una vez que él se esfumó la ira nubló mi mente. Me
sentía defraudada y humillada por la incrédula situación de que había huido por
segunda vez y yo no había hecho ninguna insinuación por mi parte. Comencé a
plantearme la hipotética situación de un rechazo y finalmente, deduje que mis
sentimientos dependerían de la persona que me rechazara. Todavía no había
comentado mis encuentros con Ariel a nadie, siquiera con Caroline y mucho
menos lo había admitido a mí misma en voz alta. Estaba preocupada por la
situación en la que me encontraba: nunca había sentido interés en ningún hombre
por más de una noche exceptuando a Theo, quien resultó haberme engañado.
Tampoco estaba acostumbrada a este tipo de situaciones en las que yo era la acosadora, pero por sobre todas las cosas, estaba insegura respecto a
si yo podría manejar la personalidad tan enigmática de Ariel.
Finalmente pasé las
últimas horas de la noche recorriendo el apartamento sin punto fijo, bebiendo
chupitos –los cuales quemaban mi garganta como si de fuego se tratara– y
rechazando chicos de forma muy poco considerada. Cada tanto soltaba un insulto
propio de un equipo de fútbol por estar tan molesta y borracha.
Pasadas las cinco de la
mañana pude interceptar a Caroline junto Trevor en la entrada del edificio, los
cuales estaba segura de que se habían retirado del lugar varias horas antes y
habían vuelto a por mí.
―Con razón no podía
encontrarte en un lugar tan pequeño ―murmuré hacia ella, arrastrando las
palabras algo molesta, al tiempo que le daba un pequeño empujón de borracha,
el cual obviamente erré―. Pequeña zorra, tú te vas por ahí con tu novio y yo me
he quedado sola con este grupo de imbéciles de último año.
Alzó las cejas sorprendida
por mi reacción, aunque fue Trevor quien habló por ella:
―Dana, entiendo que estés
borracha y malhumorada, pero no tienes el derecho de decirle una mierda después
de la cantidad de veces que tuve que venir a buscarla cuando tú te ibas a
enrollarte con algún imbécil a su coche y volvías hecha un asco al piso donde
ambas conviven.
Solo pude captar la mitad
de lo que dijo, pero entendí lo suficiente como para echarme a llorar, tirarme
sobre la vereda y poder tomarme las rodillas así era capaz de acurrucarme.
Caroline se agachó y acunó
mi rostro sobre su pecho mientras chistaba y me daba palmaditas cariñosas en la
espalda así dejaba de llorar.
―Nena, no me hagas esto
¿vale? ―me pidió mi amiga con ternura casi maternal―. Ya te conozco, y sé que
tienes carácter fuerte. Ya no me sorprende ni me molesta y sé que estás
viviendo algo que no me quieres decir y por eso estás sensible, pero quiero que
sepas que no necesito que nadie me defienda, y que pase lo que pase estoy aquí.
Me abrazó firmemente y las
lágrimas comenzaron a volverse más profundas y lastimeras, hasta que
finalmente luego de un tiempo indefinido, comenzó a hacerse de día y ella me
pidió literalmente que moviera el culo de la acera.
Nos levantamos al mismo
tiempo, ya que mi brazo pasaba por encima de sus hombros para sostenerme.
―Tú y yo ya hablaremos
luego ―le dijo a su novio cuando pasamos por su lado, bastante molesta.
Caminamos una manzana y
media hasta la parada de taxis más cercana de forma irregular y cansina debido
a mis traspiés continuos. Una vez que llegamos, Caroline me depositó con
cuidado en el asiento trasero de cuero del coche, un Peugeot 504, vigilando que no me golpeara la cabeza con la puerta.
Gemí incómoda, de pronto consciente del dolor de cabeza que me esperaba el día
siguiente y lo último que hice antes de cerrar los ojos fue pensar que había
algo en Ariel que me infundía atracción e inseguridad al mismo tiempo.
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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¡Genial! Simplemente me gustó muchísimo lo que agregaste, le dio el toque que le faltaba al cap. ¡Me gustó!
ResponderEliminarGracias a vos por tenerme en cuenta para ayudarte y por ser mi amiga. ¡Te quiero más!
A seguir escribiendo y publicando ;)
Que bueno que ya subes!!!!! Muy buen capitulo!!!! me encanta!!! y ya quiero seguir leyendo! Perdon por no estar ayer,y aun cuando estuve te dije que lo leería hoy, dia de mierda el de ayer!!! pero espero ansiosa el tercer cap!!! Te quiero!!!!
ResponderEliminar¡¡Hola!! Ya lo leí ayer el capitulo y me gustó. Está interesante la historia. :D
ResponderEliminarEspero ansiosa el tercer capítulo para conocer más del tímido de Ariel. ;)
¡Saludos!
Muy bueno, Pilar! Quiero conocer mas de Ariel y me gusta el personaje de Dana.
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