jueves, 27 de febrero de 2014

La inocencia de tu voz, cuarto capítulo: Anestesia.

¡Hola chicos! feliz jueves para todos.
Hoy les traigo el cuarto capítulo de La inocencia de tu voz (puedes leer el primer capítulo aquí). Espero lo disfruten tanto como yo disfruto escribiendo y compartiéndolo con ustedes. 
Como siempre, quiero agradecerles a cada una de las personas que entran constantemente al grupo privado, la página y el blog. Me hace muy feliz saber que están ahí. Y también quiero decirle gracias a Yami y Noe, que me siguen paso a paso y me hacen sentir muy bien.
También les recuerdo que pueden ver el tráiler no oficial de la novela aquí






Capítulo cuatro:
Anestesia.

No me dirigía específicamente a la catedral. Mi interés religioso disminuía de cero, no porque fuera atea o no estuviera al tanto de la Biblia, simplemente tenía mis conjeturas personales respecto al tema –aunque fui bautizada de forma católica–, no estaba a favor de ninguna iglesia en particular.
En realidad me dirigía hacia el puente de Londres, aquél que hace más de dos mil años los romanos construyeron en madera y actualmente, tras continuas reparaciones a lo largo de los años, podía admirarse en piedra de granito. Lo observé desde donde me encontraba –en la entrada sur, tan solo a unos cuantos metros– preguntándome cuántas personas habrían estado en un lugar como ese para pensar mientras observaban aquella belleza inmaculada y no sentirse solas.
Comencé a caminar hacia la zona peatonal en el momento que los relámpagos hicieron su aparición. Un segundo más tarde un rayo explotó a unos kilómetros más al noroeste del puente, lo que hizo que varias personas agilizaran el paso a causa del pánico. Por mi parte, seguí caminando en armonía hasta que finalmente me encontré en el centro del puente. Apoyé ambos brazos en la barandilla para sostenerme y admirar la vista que se extendía frente a mí. La lluvia comenzaba a caer despacio, casi con dulzura mojándome de pies a cabeza –la chaqueta con capucha no era suficiente refugio– al tiempo que varios barcos, lanchas y veleros volvieron a tierra firme tras probablemente una larga marcha por el río Támesis.
Estaba segura de que la vista era una de las más hermosas que había visto en mis veinte años de vida. De fondo podía admirarse las luces de la ciudad a conjunto con los edificios que se reflejaban de forma difuminada en el agua cristalina, mientras que la tormenta creaba un ambiente de paz y añoranza que me recordó a mi niñez. Mis padres solían traerme aquí todo el tiempo cuando tenía poco más de ocho años. Mi padre –un hombre de complexión mediana que adoraba leer libros sobre historia– siempre decía que denominar lluvia a aquél acto tan puro de la naturaleza era algo tan simple que solo el ser humano no era capaz de admirarla en todo su esplendor. En aquél momento no lo comprendí porque era demasiado joven para hacerlo, pero ahora, al sentir el viento azotándome el cabello, la lluvia anestesiándome el dolor, estaba casi segura del verdadero significado.
Estuve en silencio durante un tiempo indefinido, hasta que finalmente comencé a estornudar y tiritar por haber permanecido bajo la lluvia durante lo que probablemente fueron al menos dos horas. Agotada, di media vuelta para echar a andar nuevamente hacia la zona sur y así poder encontrar el primer subterráneo que me llevara al centro, donde mi apartamento se localizaba.
Esta vez el viaje fue mucho más lento, aunque tal vez influyera el hecho de haber estado mojada y soñolienta. La mayoría del trayecto intenté distraerme utilizando el móvil con acceso a internet y las redes sociales. Desgraciadamente, en determinado momento, estaba saturada de leer constantemente las mismas publicaciones, por lo que decidí recostarme en mi asiento y observar a la gente de mi alrededor en un intento por no dormirme.
A mi derecha –dos asientos por delante del mío– se encontraba una anciana con aproximadamente setenta años de edad; llevaba el cabello canoso por los hombros de una forma prolija a conjunto con unos pantalones de chándal cómodos y una camiseta manga larga color gris perla por encima de un anorak unisex de un tono más oscuro. A su lado se encontraba una niña de no más de seis años de edad envuelta en un pequeño vestido rosado con una chaquetita negra. Su cabello consistía en miles de bucles rojizos naturales esparcidos alrededor de su rostro ovalado, enmarcándolo de forma sutil, lo que la hacía parecer más preciosa de lo que ya era. La criatura jalaba con dulzura la manga de la anciana y ella le correspondía con una sonrisa para luego regalarle un dulce. El gesto se repitió durante un par de minutos hasta que una mujer rubia, que no parecía tener muchos más años que yo, corrió en esa dirección para tomar a la niña en brazos. Desde mi lugar no lograba escuchar la conversación por completo, pero, por los gestos de desesperación de la chica, estaba casi segura de que había perdido a su hija cuando subió a la maquinaria y la señora pudo retenerla lo suficiente para que ella pudiera encontrarla comiendo caramelos.
Finalmente el subterráneo se detuvo en la parada B-712, donde bajé. El trayecto que me esperaba consistía en menos de siete manzanas hasta llegar al campus. Caminé con pasos agigantados las calles hasta que derivé en la entrada del lugar.
Frente a mí se expandían mínimamente dos hectáreas de vegetación, a cada lado del césped verde brillante se hallaban los diez edificios de ladrillo rojizo con techos de hormigón negro de extensos siete pisos de alto y varios metros de largo. Entré a uno de los alojamientos de la derecha para comenzar a subir los escalones con cuidado. Una vez que entré al piso, lo primero que hice fue desprenderme de la ropa que se encontraba pegada a mi cuerpo para meterla en la secadora mientras observaba el obvio hecho de que Caroline y Trevor habían vuelto a salir, por lo que me metí en la ducha caliente. El agua me quemó varias veces, aunque no estuviera lo suficientemente caliente, porque yo era a niveles prácticos un témpano de hielo.
Salí del cuarto de baño envuelta en una toalla esponjosa color rosa crema. Me acerqué a la cama y tomé el móvil, que estaba secándose, para escribirle un mensaje de texto a mi amiga.

No estoy a favor de vernos tan poco en estos últimos días. Tenemos que hablar. Te quiero.

Lo dejé nuevamente en su lugar para poder ponerme ropa seca cuando el celular sonó un par de minutos después. Volví a cogerlo, aunque esta vez me senté.

Trevor tuvo un problema familiar y salimos de imprevisto. En la noche ya estoy allí y podemos hablar de lo que quieras. Estás hecha toda una dulzura ¡te extraño!

El estómago se me contrajo de preocupación al leer la última línea. Me pregunté si repentinamente me había vuelto más empedernida respecto a los buenos sentimientos, como el amor y la esperanza. Caroline tenía razón, nunca en la vida había estado preocupada por alguien más ni mucho menos demostré algún tipo de remoto afecto y ella sabía muy bien mis razones. También lo aceptaba, no estaba de acuerdo, pero aceptaba mis actitudes y decisiones porque sabía que, como yo no podía cambiar sus costumbres, ella no tendría por qué cambiar las mías.
En voz baja maldije a mi familia, amigos, a Ariel y cualquiera que se haya cruzado en mi vida para hacerme lo que soy. No estaba acostumbrada a sentirme abrumada por los sentimientos, así que, en cuanto salieron a flote, un sollozo se deslizó involuntariamente por mi garganta hasta llegar a mis labios, haciéndome estremecer de dolor.
Tampoco sabía específicamente por qué estaba a punto de llorar –aunque reprimía lo máximo posible el impulso de hacerlo–. Quizás simplemente no estaba preparada para afrontar que las personas eran algo más que objetos o beneficios, que eran más que una mancha negra en tu vida. Eran humanos: llenos de vida tocando a la muerte, desbordando errores en un mundo imperfectamente feliz, pero sobretodo, rozando el amor en un mundo violento.
Las oleadas de soledad se fueron acumulando en mi corazón hasta dejarme sin aliento, preguntándome por qué Caroline tenía que desaparecer justo en unos de los momentos más drásticos de mi vida.
Intenté concentrarme en el lado positivo, lo cual me llevó más tiempo del que quisiera admitir. Tras un minuto de concentración, al menos, dejé de hiperventilar. Me levanté despacio de la cama para luego poder dirigirme al botiquín del cuarto de baño e hice algo totalmente innecesario: cogí un par de fármacos Zolpidem para dormir. Leí las instrucciones con antelación para consumir la cantidad de pastillas necesarias y, una vez hecho el acto, nuevamente volví a tirarme en mi lugar, sin molestarme en tapar mi cuerpo con las cobijas, aunque sabía que probablemente al día siguiente pescara una pulmonía o algo similar dado al frío que había hecho y más por haber estado bajo el ojo de una tormenta.
Comencé a divagar, imaginándome a las personas que yo apreciaba –no eran muchas–, preguntándome si ellas sentirían lo mismo por mí. Supe que sí, en su mayoría el amor era correspondido, y en otros casos, no tanto. En un pequeño rincón de mi cabeza me pregunté si Ariel podía ser como mi padre: abandonarme cuando estaba dañada, cansada, siendo tan pequeña que podría tropezarme al caer. Las imágenes, los rostros y los sentimientos fueron agolpándose en mi mente hasta que me desmayé.



Me desperté sobresaltada por unos gritos amortiguados en mi cabeza. Gruñí molesta en mi fuero interno, dudando si todo se debía a un producto de mi imaginación o realmente alguien estaba aullando en voz alta de una manera desaforada. Supe que era real en cuanto un manotazo azotó mi cara con fuerza y abrí los ojos sorprendida. Al principio me costó enfocar la visión debido al sueño, también noté que aún la pesadez de las pastillas entorpecía mis reflejos, pero finalmente me encontré con el rostro espantosamente pálido y horrorizado de Caroline. De fondo, a tan solo un par de metros de distancia, podía ver a Trevor con la misma expresión.
―¡¿Quieres explicarme qué carajos es esto, maldición?! ―gritó de una forma violenta que nunca había escuchado en ella. Sus ojos estaban desorbitados y enrojecidos, mientras que con una mano sostenía el frasco de somníferos―. ¡Pensé que estabas muerta, joder! ¡¿Cómo diablos puedes hacerme esto, Dana?! ¡Estuve al menos quince minutos intentando moverte!
Y de la misma forma que me gritó, se echó a llorar con desesperación.
Me quedé inmóvil durante un momento por precaución y, francamente, por la sorpresa de su reacción. Una vez que ella cayó de rodillas al suelo y Trevor la tomó por los hombros para tranquilizarla, me acerqué.
―¿Realmente crees que podría quitarme la vida? ―susurré dolida― ¿Realmente crees que yo podría irme y dejarte sola aquí?
Me agaché hasta que finalmente quedamos frente a frente, aunque ella se tapaba el rostro con sus manos para poder llorar sin interrupciones. Con cuidado, tomé mis manos entre las suyas y las entrelacé.
Su labio inferior temblaba sin parar al tiempo que seguía llorando y fregándose la nariz con el dorso de su jersey azul marino.
―No vuelvas a hacer algo así jamás. No quiero que te tragues un puñado de putas pastillas sin una maldita receta médica.  No quiero que tomes nada y me importa una mierda por qué lo hiciste, ¿vale? ―Dicho esto, gimió de tristeza―. No quiero perderte. ¿Es que no entiendes cuánto significas para nosotros? Para el mundo entero, Dana. Para todo el mundo.
Sus palabras calaron profundo, alcanzando una fibra pocas veces tocada en mi corazón. No quería añadir más dolor o más cargas a estos últimos días, pero, de pronto, quise explicarle todo. Decirle lo que tenía miedo de admitir en voz alta.
―No puedo resistir más dolor ―susurré tan bajo que no sabía si podría escucharme―. No puedo resistir un segundo más toda la mierda que me rodea. Estoy a punto de caer.
Ella lo vio con claridad sin necesidad de que le aclarara algo al respecto. Me tomó por los hombros y me estrechó entre sus brazos, dándome su fuerza para soportar el día a día.
Nos quedamos en silencio durante varios minutos y luego, de forma amable, Trevor se excusó para dejarnos espacio a solas. Caroline, sin soltarme las manos, me llevó hacia la cama, donde nos sentamos una frente a la otra con la cabeza gacha. Se quedó pensando durante un minuto hasta que inquirió en un susurro con la voz rota:
―¿Qué está pasando?
Nuevamente me quedé quieta, respirando lentamente. No sabía específicamente qué pasaba. Mi cabeza era un lío. Conocer a Ariel me había hecho recordar a viejas cosas con las que no estaba a gusto.
―Conocí a alguien ―le contesté con cuidado.
―¿Ese imbécil te lo está haciendo pasar mal? ―gruñó interrumpiéndome de forma molesta, probablemente dispuesta a gritar a quien quiera que fuese.
―No, no es eso ―le aclaré―. No es en el sentido que tú crees. Solo nos hemos visto por casualidad un par de veces, pero hay algo en él… ―Me callé, demasiado aturdida―. Me hace extrañar a mi padre ―gemí por lo bajo, avergonzada de mi confesión.
Alzó la vista para observarme con los ojos abiertos de par en par.
―¿Y por qué diablos te recuerda a él? ―murmuró de forma retórica―. Disculpa que te lo recuerde, pero lo odias.
―¡Lo sé, Caroline, créeme que lo sé! ―grité furiosa conmigo misma por ser tan débil― Joder, claro que lo sé. Tomó las maletas y se fue dejándome sola como un puto perro de la calle ―gruñí con un nudo en la garganta, a punto de llorar―. Tienen el mismo maldito color de ojos y los dos actúan como criaturas inofensivas. Tengo miedo.
Mi pulso comenzó a acelerarse violentamente luego de la  última confesión. Pude sentir el calor elevándose por mis mejillas y la picazón detrás de las orejas, producto de mi vergüenza evidente.
Caroline también estaba claramente alterada. Sus ojos nuevamente estaban rojizos intentando contener el llanto, mientras que las aletas de su nariz se abrían cada vez que inhalaba profundamente para intentar serenarse.
―¿A qué le tienes miedo? ¿Estás enamora…?
―No ―la corté a mitad de frase―. No, claro que no. Apenas le conozco. Definitivamente no. Solo tengo miedo de no soportar verlo cuando quiera hacerlo.
Mi amiga me observó frunciendo los labios y luego comentó:
―Tú nuca habrías dicho eso sobre un chico. Puede que no estés enamorada porque solo se han visto muy pocas veces, pero creo que él podría calarte profundo si lo dejaras*.
―Tal vez simplemente no quiero dejar que nadie lo haga.
Ella suspiró de forma cansina.
―Dana, cariño ―susurró con voz maternal―. Eres muy joven, ambas lo somos. Es normal enamorarse de la vida, de las personas. No tienes por qué tener miedo, tarde o temprano pasará. Sé que has pasado muchas cosas en tu infancia y eso afectó tu adolescencia, pero, por favor, no te hagas esto. Solo te estás perjudicando.
Procesé el significado de aquellas palabras con cuidado, sopesando en las posibilidades.
―¿Qué diferencia habría si yo me enamorara? ―pregunté sin querer una respuesta directa―. Un sentimiento no puede borrar un recuerdo, siquiera se puede comparar una cosa con la otra. Hay momentos de mi vida que ni tú sabes, Caroline, y esos momentos que tú no sabes son las que yo no puedo borrar de mi piel.
Me levanté sin punto fijo, mientras escuchaba de fondo el sollozo roto de mi amiga. Probablemente no estuviera conforme con mi respuesta, sé que le estaba rompiendo el corazón, pero yo no pensaba terminar de romper el mío.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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*Calar profundo: Es una forma de decir que una persona puede tocar fibras sensibles. Tocar tu corazón.

6 comentarios:

  1. ¡Puppii! Felicidades, te ha quedado excelente y en cada capítulo me dejas más a la expectativa.
    Me ha encantado, de verdad. Describes todo a la perfección.
    Un sentimiento no puede borrar un recuerdo, siquiera se puede comparar una cosa con la otra. Hay momentos de mi vida que ni tú sabes, Caroline, y esos momentos que tú no sabes son las que yo no puedo borrar de mi piel."

    ¡Perfección!
    -FannyMoony.
    Pd. Espero con ansias la actualización, hermosa.

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  2. Hasta hoy pude leer el cap. Esta buenisimo, me encantan tus personajes :D porque son muy reales, la sensacion de sentir algo y no saber que es o no aceptarlo es tan humano y me encanta como lo presentas

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  3. Hasta hoy pude leer el cap. Esta buenisimo, me encantan tus personajes :D porque son muy reales, la sensacion de sentir algo y no saber que es o no aceptarlo es tan humano y me encanta como lo presentas

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  4. Hasta hoy pude leer el cap. Esta buenisimo, me encantan tus personajes :D porque son muy reales, la sensacion de sentir algo y no saber que es o no aceptarlo es tan humano y me encanta como lo presentas

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  5. ¡Puppi! ¡Me gustó el capítulo y ya te lo dije! Lo que se viene va a ser sencillamente genial. Jaja.
    ¡Te quiero mucho y a seguir adelante con la escritura que tenes que terminar esta novela!

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