miércoles, 5 de marzo de 2014

La inocencia de tu voz: Quinto capítulo, dulce agonía.

¡Hola chicos! espero todos tengan un buen miércoles. 
Primero que nada quería disculparme por la ausencia de estos últimos días. Tuve algunos problemas personales y, sinceramente, no tenía las energías para publicar nada ni mucho menos escribir. De todas formas hoy estoy acá para traerles el quinto capítulo. También les recuerdo que el sexto en dos o tres días va a ser subido con anticipo a modo de compensación.
Como siempre, les agradezco a cada persona que entra en el blog o en Wattpad para leer la novela y también a Yami y Noe que siempre están ahí, apoyándome :)
Espero disfruten del capítulo ¡no se olviden comentar qué les pareció!

Para ver La inocencia de tu voz, tráiler no oficial hagan click en el enlace.




(pertenece al capítulo anterior)


Capítulo 5:
Dulce agonía.

Tres semanas después…

Los días comenzaron a pasar con saltos indefinidos de tiempo. La mayoría se hacían largos o monótonos y solo pocas veces tenía la suerte de que se pasaran como en una película. Sentía que estaba dentro de una burbuja donde no podía notar los saltos y también, poco a poco, las complicaciones de ser una chica joven adolorida pasaron a segundo plano.
No supe más de Ariel, por lo que no sabía qué sentir al respecto. Tampoco había vuelto a la terrible angustia de semanas atrás ni había provocado viejos demonios. Mi relación con Caroline se hizo más profunda, aunque también más tirante. Estábamos en un constante tira y afloja porque ella no estaba de acuerdo en mis reglas básicas de supervivencia, aunque tampoco pensaba cambiar de opinión, lo que la irritaba aún más.
Todo seguía su curso como antes de conocerlo. Asistía a mis clases, comencé a salir nuevamente y terminé liándome con al menos un buen par de chicos. No estaba orgullosa de ello, pero estaba intentando seguir adelante.
Me encontraba en el pasillo del ala norte de la universidad con la mochila en el suelo, rebuscando entre mis cosas porque no podía encontrar mi libro de Cultura y sociedad, cuando una voz masculina murmuró por detrás de mí:
―Buenos días, preciosa.
Bufé disgustada al reconocer la voz con aquél tono fariseo. Cerré la mochila para luego levantarme de donde estaba y girar sobre mis propios talones para observarlo.
Theo llevaba el cabello corto de una forma pulcra y natural. Sus ojos claros, celestes específicamente, eran cálidos aunque distantes, mientras que su piel de porcelana iba perfectamente combinada con él. Llevaba puestos unos pantalones caquis algo ajustados y una camiseta a cuadros color verde musgo.
―¿Me diriges la palabra luego de todos estos meses? Qué considerado de tu parte, no debiste molestarte ―murmuré con evidente sarcasmo al tiempo que alzaba una ceja.
Él me miró deliberadamente durante un minuto, luego se echó a reír para molestarme. Extendió una sonrisa complaciente hacia mí haciendo que se le formen hoyuelos a cada lado de las mejillas.
―¿Eso quiere decir que me extrañaste? ―inquirió―. Qué dulce de tu parte, sobre todo para ser una chica que se acuesta con media universidad.
Apreté la mandíbula con fuerza hasta que me dolió. Inhalé con cuidado en silencio mientras intentaba concentrarme en las razones por las cuales no debía darle un bofetón. Decidí que estaba en medio de un lugar público y eso quedaría en mi expediente. También añadí que él no valía la pena.
―No diría que la palabra es exactamente extrañar, cariño ―le dije mordaz―. Nadie podría extrañar a alguien que piensa más con el miembro viril que con el poco cerebro que tiene.
Al menos tres o cuatro personas se detuvieron de forma poco disimulada al escuchar mi comentario. Les eché una mirada de reojo, cada vez más cabreada. ¿Por qué diablos no se metían en sus asuntos?
Theo me lanzó una mirada glacial, aunque en ningún momento dejó de sonreír. Sabía que había mencionado algo que a él le había molestado por años: cuestionar su inteligencia por sobre su masculinidad.
Siempre se sentía desdichado cuando los profesores hacían comentarios despectivos hacia su persona. Había crecido en una familia donde dos hermanos mayores tenían carreras profesionales mientras que él era un adolescente problemático, por lo tanto todos los problemas familiares recaían sobre él.
Me sentí un poco culpable tras haber hecho el comentario, pero tampoco pensaba retractarme porque ambos éramos igual de ególatras y cabezas duras. En el fondo sabía que Theo era una persona inteligente, sino, no podría sacar las notas más altas en sus materias, pero de todas formas era algo que se cuestionaba parcialmente de forma personal, sin que nadie lo supiera.
―Nena, has caído tan bajo que me han llegado los rumores de que te acuestas con el virgen e inocente de Ariel Owens. No dejan de comentar al respecto. Realmente has perdido el buen gusto.
Se me aceleró el pulso y noté un leve rubor en mis mejillas, delatándome. Él lo notó enseguida, así que volvió a echarse a reír.
―¡Te has puesto roja! ―dijo lo suficientemente alto para que todos a nuestro alrededor lo oyeran―. Tú nunca has sentido vergüenza. ¿Qué sucede? ¿No tenías pensado que alguien se enterara de que ahora das clases de educación sexual?
Estaba casi segura de que me lo estaba haciendo pagar por mi comentario anterior. De alguna forma sabía que lo tenía merecido, pero había dado en un lugar sensible que nadie habría mencionado jamás. Se me escapó el aliento, entre sorprendida y dolida, cuando me di cuenta de que solo nos estábamos lastimando. No estábamos llegando a ningún lado.
Sentí náuseas en cuanto analicé que Theo conocía a Ariel, ¿cómo podría saber su apellido? Un pitido sordo comenzó a molestarme en los oídos y me costaba respirar. Probablemente mi presión se había debilitado.
Los rumores ya habían comenzado a surgir. Me pregunté si fue producto de vernos juntos en la fiesta o cuando él entró en mi apartamento. En la fiesta solo había muy pocas personas de la universidad –en su mayoría, chicos de último año que ya no estaban interesados en más que graduarse–, mientras que en los pasillos siempre estaban los chicos de los primeros años.
Maldije en mi fuero interno al tiempo que intentaba concentrarme.
―Ni mi vida amorosa o sexual deberían importarte. Estamos actuando como dos niños de primaria, ¿y sabes algo? Yo me rindo. No pienso participar más en este estúpido juego de ver quién es más que quien. Puedes hacer lo que quieras.
Dicho esto, giré sobre mis propios talones dispuesta a alejarme, pero, en cuanto intenté echar a andar, Theo me tomó la muñeca.
Me volví un minuto para observarlo.
Sus ojos estaban repentinamente tristes y su boca hacía una mueca hacia abajo, como si estuviera a punto de llorar.
«Tiene que ser una broma» pensé con disgusto.
Me solté con la mayor dignidad posible y comencé a recorrer los pasillos, torturándome con la imagen mental de mi ex pareja, por primera vez, siendo despechado.
Suspiré en un brote de nostalgia, por suerte, el sentimiento no duro mucho más de cinco minutos.
Caminé por cada pasillo, observé cada rincón y cada aula de la universidad faltando a mis respectivas clases para poder hallar a Ariel y así entablar conversación con él, estuviera o no a favor de tenerla.
Supuse que no sería fácil cuando luego de una hora de haber revisado solo la sección sur del edificio de Psicología.
Solté una maldición en voz baja, dejando el recorrido para más tarde. Di media vuelta para excusarme con la profesora Araujo debido a mi falta de consideración por haberme saltado su clase.
Finalmente caminé los metros de distancia que me separaban del aula y entré en silencio. Cuando estaba a punto de tocar la puerta con los nudillos porque el lugar estaba vacío salvo por ella hablando con un alumno, noté que esa persona no era ni más ni menos que Ariel.
Me paré en seco, aturdida. Inconscientemente mientras lo buscaba estaba casi segura de que no iba a encontrarlo, porque había sido muy astuto en desaparecer las últimas semanas. Así que, al tenerlo allí frente a mis ojos en el mismo salón que yo cursaba la materia todos los días, me sentía confusa y molesta.
Sentía la necesidad de acercarme hacia él y echarle en cara que era un imbécil, pero con el pasar de los segundos, mi amargura se fue enfriando. Respetaba demasiado a mi profesora como para hacer una escenita frente a ella.
Estaba por marcharme, sopesando por qué él estaría ahí si no era su año ni materia, cuando la voz de la maestra captó mi atención.
―¡Dana, qué sorpresa verte por aquí! ―murmuró con voz cantarina. Me giré para observarlos―. Hoy has faltado a mi clase.
Ella me sonreía de forma cálida y abrasadora, como siempre hacía. Por otro lado, Ariel estaba más rojizo de lo que podía recordar. No dejaba de observarme horrorizado, por lo cual estaba segura de que no estaba al tanto de que había faltado a la clase.
Obviamente mi presencia no fue algo grato para él.
Me acerqué un par de pasos hacia el escritorio de madera donde ellos estaban parados a un lado discutiendo de forma cariñosa, aunque no invadí su espacio personal.
Araujo vestía un vestido formal negro ajustado en la cintura y largo hasta la rodilla con un pequeño saco verde oscuro, lo que le daba una perfecta tonalidad a contraste con su piel. Ariel llevaba el cabello un poco más largo y desordenado de la última vez que nos vimos. Se había recortado la barba, lo cual lo hacía verse más joven y pulcro. Llevaba unas zapatillas rojas, unos jeans comunes y una camiseta lisa color marrón sobre una cazadora gris.
―Sí, lo siento. He venido justamente por eso, pero presiento que no es un buen momento. Puedo volver más tarde .―Me excusé mientras echaba una mirada rápida en dirección a Ariel. Él desvió la vista.
Ella se rió de forma suave y relajante, mientras que negaba con la cabeza.
―Oh por Dios, no. Claro que no. Si te has tomado el trabajo de venir hasta aquí ha de ser importante. Por favor, toma asiento y déjame presentarte.
Fue una de las primeras veces en mi vida en las que me sentí realmente incómoda. Me acerqué para quitar la poca distancia que me separaba de ellos y finalmente Ariel habló.
―Dana ―murmuró mi nombre con cuidado―, es un placer conocerte, Yamila no ha dejado de hablar de ti este último tiempo. Me llamo Ariel.
Alcé una ceja de forma inconsciente preguntándome por qué no admitiría que ya nos conocíamos. También me cuestioné a qué nivel se conocían ellos para llamar por su nombre de pila a la profesora. Al darme cuenta que ella me observaba, cambié el gesto. Mordí mi labio inferior para contenerme y estiré mi mano para estrecharla con la suya, pero él me sorprendió cuando se acercó y besó mi mejilla izquierda.
Para mi desgracia, su barba generó un leve cosquilleo que se extendió desde mi rostro al resto de mi cuerpo. Enrojecí levemente tras un suspiro casi imperceptible que solo él notó. Se alejó un par de pasos para poder observarme con dulzura.
Me dolió que mi corazón flanqueara tan rápido por tan solo un leve roce.
―Es un placer conocerte ―murmuré.
Ella sonreía de oreja a oreja, como si por fin sus dos personas favoritas en el mundo se hubieran encontrado. Siempre desprendía energía positiva.
Se sentó en la silla principal del escritorio, mientras que Ariel trajo dos del fondo del aula para nosotros. Me senté luego de agradecerle en silencio.
―Ariel es mi sobrino ―aclaró ella como si me debiera una explicación―. Ha vivido conmigo prácticamente toda su vida. De hecho, está en su último año de Administración de empresas ambientales en esta universidad.
Intenté fingir una sonrisa de cortesía porque podía ver en sus ojos el orgullo que él representaba, pero no estaba segura de poder conseguirlo. Eran muchas sorpresas de golpe.
La profesora notó cuando mi labio inferior tembló.
―¡Dana, querida! ¿Estás bien?
Tardé unos segundo en encontrar la voz.
―Claro que sí. Hace poco tuve una buena gripe y tal vez esté un poco sensible todavía.
―Oh, cielo. Creo que deberías ir al doctor, últimamente has estado muy enferma.
―No la abrumes con nuestras cosas personales, Yamila. Tal vez Dana no esté interesada en algo tan monótono como mi vida universitaria. Estoy seguro que tiene suficiente con la suya ―interrumpió Ariel con nerviosismo.
―No seas inoportuno, querido. Y deja de llamarme por mi nombre completo, sabes que es algo que no soporto. Cuando no están mis alumnos puedes decirme tía.
Él suspiró.
―Estamos frente a una alumna ―dijo sin dar el brazo a torcer.
Araujo me miró durante un momento, luego sonrió.
―Una de las mejores, a decir verdad, pero Dana es una criatura especial y le tengo cariño. A ella también le he dicho varias veces que no es necesario mantener las formalidades, aunque de todas maneras insiste. Cree que es una manera de faltarme el respeto.
―Yo también la aprecio, profesora, pero usted tiene uno de los títulos más importantes en la universidad y por lo tanto, merece ser respetada.
―¡Qué barbaridades dicen! No soy una abuela y tampoco creo que el respeto se vaya solo por tutearme ―comentó exasperada mientras ponía los ojos en blanco, un gesto que me resultó divertido―. ¿Qué tal si vamos los tres a tomar un café? Yo invito.
Observé a Ariel y nuestras miradas se cruzaron. Él, evidentemente estaba tan cómodo como yo lo estaba en esta situación, aunque curiosamente estaba dispuesta a acceder. El problema era que solo quería asistir porque no sabría cuándo volvería a tener el placer de que nos cruzáramos de nuevo.
―Me encantaría, pero no quiero molestar.
Araujo hizo un gesto con la mano.
―No es problema alguno, estoy segura de que Ariel está de acuerdo conmigo.
Él me miro y asintió con cautela.
Los tres nos levantamos al unísono para salir del lugar. Una vez fuera del aula, mientras nos dirigíamos al exterior para derivar en el Starckbus de a media manzana, pude notar que las pocas personas que quedaban en los pasillos nos observaban con curiosidad. Sus ojos pasan de Ariel a mí en un vago intento por descifrar si los rumores eran ciertos. Él, como si no tuviera otra forma de mostrar su vergüenza, enrojeció hasta que sus mejillas quedaron de un color escarlata, pero en ningún momento dejó de mirar al frente. Por mi parte giraba bastante la cabeza y alzaba las cejas, una forma silenciosa de decirles que se metieran en sus asuntos.
Cuando salimos por la puerta principal del lado este, el viento nos azotó con violencia haciéndome tiritar ya que solo llevaba una camiseta de manga larga. La profesora murmuró algo que no llegué a comprender y un minuto más tarde Ariel me tendía su cazadora, pero sin colocármela en los hombros.
Le sonreí agradecida y la tomé para ponérmela.
―¿Estás seguro? ―le pregunté en el momento que comenzamos a caminar hacia el café―. Hay un viento espantoso, quizás te enfermes o algo por el estilo.
―He oído ahí dentro que estuviste enferma, por favor, quédatela .―Me ofreció, negando con la cabeza.
―Gracias ―dije en un tono de voz demasiado bajo para que la profesora Araujo nos escuchara. Él se sonrojó y me devolvió la sonrisa.
Cuando entramos el lugar estaba medio lleno, pero no lo suficiente para no obtener una mesa. De pronto tuve que quitarme la cazadora porque la calefacción estaba al máximo y sentí que iba a asfixiarme, aunque la doblé sobre mi brazo y no se la devolví.
Caminamos por detrás de la maestra en silencio hasta encontrar una mesa de granito gris oscuro con cuatro sillas de madera. Nos sentamos –uno al lado del otro– y nos preguntó qué íbamos a pedir. Ambos murmuramos un café común con crema y luego nos miramos sorprendidos. Ella fingió no darse cuenta, por lo que se giró con verdadero entusiasmo para dirigirse a la fila y ordenar. Ésta era lo bastante larga como para tener unos minutos para nosotros solos.
Nos separaban unos pocos centímetros, así que no era difícil que a parte de la calefacción pudiera sentir el calor que emanaba su cuerpo. Eché una mirada disimulada en su dirección y noté que él me estaba mirando con aquellos ojos suyos debajo del cabello que comenzaba a caerle en el rostro. Se mordió el labio nervioso al darse cuenta de que estábamos mirándonos desde una escasa distancia, pero no giró el rostro.
Inhalé con cuidado para serenarme y pude percibir una leve fragancia de perfume masculino. Sonreí para mis adentros al estar casi segura de que era un Armani.
―Sé que es la pregunta menos adecuada para comenzar una conversación, pero ¿podrías explicarme por qué no me dijiste que eras el sobrino de mi profesora? ―inquirí sin molestia alguna, aunque bastante decepcionada.
Sus hombros se tensaron al igual que su mandíbula y, tras un minuto, giró la vista. No hubo respuesta.
―Ariel, te estoy hablando. No hagas eso.
Él suspiró de forma larga y cansina. Luego volvió el rostro, para mirarme de una forma extraña que no logré comprender.
―No pensé que era de vital importancia hablar sobre mis parientes cuando apenas nos conocemos, ¿no crees?
Fruncí el ceño, disgustada por su respuesta tan fría.
―No puedes fingir indiferencia conmigo. Sé que nos conocemos hace poco, no tienes por qué dar un maldito énfasis tan obvio en eso para hacerme enojar, pero tampoco finjas que no te interesa lo que piense. Si ese fuera el caso, te hubiera dado igual alejarte de mí.
Ariel se intentó quitar en reiteradas ocasiones el cabello de la frente en forma nerviosa, pero siempre volvía al mismo lugar, por lo cual tendría que cortárselo más adelante. Lo siguió intentando hasta que creí que iba a arrancárselo.
―No lo hagas ―murmuré al tiempo que tomaba sus manos con cuidado para depositarlas en la mesa―. Vas a arrancarte el cabello si lo sigues tirando así.
Él se quedó dubitativo durante unos instantes observándose las manos. Luego me miró a mí como si no me hubiera visto en años y, cuando estaba a punto de decir algo, Araujo le interrumpió.
―Aquí está su pedido, muchachos ―nos dijo complacida, al tiempo que dejaba una bandeja con los dos vasos y una taza sobre la mesa, junto con algunas cosas dulces para acompañar―. Espero que les guste.
Cada uno tomó sus respectivas bebidas y cuando sentimos el café dulce quemándonos la garganta, gemimos de satisfacción.
Ariel estaba perdido en sus pensamientos, mirando por la gran ventana de vidrio a la gente que pasaba, mientras que la mujer pelirroja, sentada frente a mí, me dio conversación casi todo el tiempo.
―No te preocupes por haber faltado a la clase, lo comprendo ―me dijo con ternura―, pero tienes que cuidarte más, como ya te he dicho. Estás enfermándote mucho, querida. Eso no es bueno para tu salud.
Su lado materno salió a la luz una vez más y me alegró que fuera conmigo. Siempre que podía ella se preocupaba por mí, lo cual hacía que me sintiera querida.
―Sí, lo sé. Lo siento de veras, sobretodo porque con cada falta estoy a un paso de suspender la materia. La gripe la pillé por una tontería. Estuve debajo de la tormenta de hace unas semanas por horas sin mucho abrigo ―confesé, un poco sonrojada.
De pronto, Ariel, disimuladamente, ladeó un poco el rostro en nuestra dirección, claramente interesado. Me pregunté si podría deducir que fue la misma semana y el mismo día que él se alejó. Mientras tanto, mi profesora me observaba con curiosa y preocupada.
―¿Por qué estuviste tanto tiempo bajo la lluvia? ¿No tenías a dónde ir?
―No, claro que no. Resido en uno de los apartamentos del campus hace tres años junto con mi mejor amiga, eso no es problema. Yo… ―dudé, avergonzada por qué podrían pensar―. Tuve algunos problemas personales, no me encontraba del todo bien, así que decidí ir al puente del centro para pensar un rato y justo cayó la tormenta.
Un sonido brusco salió procedente de la boca de Ariel. No fue necesario añadir nada más para que él supiera lo que había pasado. Araujo me miraba con más preocupación que la de hace un momento.
―Oh, cariño ―murmuró ella―. No tienes que preocuparte en absoluto por tus calificaciones, sabes que eres excelente. Justificaré tu ausencia por enfermedad, no tienes nada de qué preocuparte. Y respecto a lo que sea que haya pasado, hay otras formas más sanas de pensar. No tienes que ir hasta la otra punta de la ciudad, la cual es enorme, para decidir ciertas cosas y mucho menos dejar que caiga una tormenta sobre ti.
Ella estaba claramente afectada, con los ojos húmedos, lo cual me sorprendió e intimidó. Sabía que era una persona muy considerada y sensible, pero jamás en la vida había visto a alguien llorar por mí más que Caroline, horrorizada hace unas semanas.
Se disculpó con un poco de vergüenza y se dirigió al baño de damas.
Me costó procesar los últimos minutos, pero finalmente cuando lo hice, me sentí culpable. Me hubiera limitado a decirle que estaba enferma, así solo me hubiera dado una palmadita y no le hubiera afectado tanto.
―Creo que debería disculparme con ella ―comenté de forma ausente hacia Ariel, el cual no sabía si estaba prestándome atención―. La he hecho llorar.
Él me frotó la espalda en un intento por calmarme, lo que logró un poco.
―No la has hecho llorar, Dana. Mi tía es muy sensible, siempre termina llorando por algo. No te mortifiques por algo tan normal como un llanto.
―Últimamente me estoy convirtiendo en un monstruo. No puedo sentarme a hablar con alguien sin hacerlo llorar. Me está matando ―susurré y dejé caer la cabeza entre mis manos.
Él no respondió inmediatamente. Se limitó a seguir frotando mi espalda de forma delicada hacia arriba y abajo. Luego noté que se acercaba y su pecho se pegó al costado de mi cuerpo.
―Tú nunca en la vida podrías ser o hacer algo así. No lo puedes ser porque eres preciosa y no lo puedes hacer porque cada quien tiene el derecho de reaccionar de forma diferentes. Algunos eligen enojarse y otros llorar, pero nunca lo decides tú ―me dijo en el mismo tono de voz que yo había susurrado.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus palabras y en mi estómago una mariposa comenzó a revolotear de forma violenta, como si quisiera salir y poder tocarlo con sus frágiles alas.
―Hay rumores sobre nosotros ―le confesé cuando recordé por qué lo había buscado en la universidad―. Unos bastante crudos, probablemente. Sinceramente no estoy del todo segura porque solo me dijeron que estaba acostándome contigo.
Pude sentir que sus manos se transformaban en puños sobre mi espalda para luego retirarlas. Alcé la vista y lo vi molesto por primera vez.
―Lo siento, de verdad. Supongo que te has alejado un poco tarde de mi ―susurré con tristeza.
Él suspiró con melancolía.
 ―Mi tía volverá en cualquier momento. Cuando estemos por irnos invéntate una excusa. Espérame en la próxima esquina. Tenemos que hablar.
No discutí al respecto, simplemente asentí preguntándome sobre qué querría hablar cuando unas semanas atrás decidió que ni tan solo eso podíamos tener.
Un silencio incómodo se extendió sobre nosotros hasta que finalmente la profesora apareció en mi visión nuevamente. Se sentó con el rostro hinchado debido a un pequeño llanto, aunque una sonrisa se extendía por sus labios.
―Me apena muchísimo haberla hecho sentir incómoda, le pido disculpas. Debería haberme limitado a excusarme respecto a la gripe. Mis problemas personales no son la carga de nadie.
Lo comenté de forma apresurada, obviamente incómoda por la situación. Ella se dio cuenta y me dio unas palmaditas tranquilizadoras en ambas manos –que estaban juntas sobre la mesa– para darme a entender que no era un problema.
―Dana, no es culpa de nadie ―me explicó ella―. Son cosas que pasan. De hecho yo debería pedir disculpas por mi comportamiento. ―Dicho esto, se levantó tomando su bolso de cuero marrón―. Discúlpenme chicos, tengo una conferencia psicoanalista dentro de una hora a la que me es imposible faltar. Debo prepararme. Fue un placer haber tomado un café contigo, Dana, espero, se repita ―me dijo con sinceridad y luego miró a Ariel―. Cariño, cuando llegues a tu departamento házmelo saber.
Él se incomodó, pero le dijo que lo haría.
Caminó hacia la puerta y se despidió agitando la mano en su dirección.
―Bueno, al menos no tendremos que hacer ningún movimiento de agente secreto para poder hablar, ¿no? ―inquirí para cerciorarme, ya que ella se había ido por su propia cuenta.
―De momento no, pero de todas formas me gustaría poder estar contigo en un lugar más privado ―murmuró imitando los movimientos de su tía para levantarse―. Así que ven, tenemos una conversación pendiente ―me dijo mientras señalaba con la cabeza en dirección a la puerta.

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4 comentarios:

  1. ¡Quiero el siguiente capítulo! ¡Exijo el siguiente capítulo! Y además es injusto porque yo espero más que todos jajaja.
    Como ya te dije, esta historia se está volviendo muy interesante. ¡Espero que sigas escribiendo con ganas y termines todo el libro!
    ¡Te quiero!

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  2. NOOOOOOO!!!!!!!!!! como me dejas asi con la intriga!!! eres una escritora fenomenal me facinan tus historias espero puedas subir pronto el proximo. te felicito!! =)

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  3. ¡PUPPII! ¡PERFECTO! ¡¿¿POR QUÉ NOS DEJAS ASÍ?!! JAJAJAJA Te adoro, es increíble. Me fascina cómo escribes. Espero con ansias el próximo capítulo.
    -Fanny Moony-

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